Corpus Crista de Ricardo María Garibay

ARTES VISUALES. FOTOGRAFÍA

No acostumbro dar explicaciones de mis propuestas fotográficas, ni siquiera me gusta ponerles título a las fotos en sus cédulas, solo los datos técnicos, un número secuencial y punto. En este caso haré una excepción a solicitud del editor. Va una breve reseña del origen de esta exposición y sus consecuencias.

Siempre me pareció que el cristo crucificado contiene una carga hasta cierto punto sensual. Esta percepción se la plantee a varias amigas que sin dilación me aseveraron que incluso llegaba al erotismo. En una película sobre la guerra civil en Estados Unidos, un soldado herido llega medio muerto a un convento, toca la puerta y cae desmayado. Las monjas lo meten al convento y atienden. La escena final de esta secuencia es la siguiente: el soldado (Clint Eastwood) yace semidesnudo en brazos de una monja que le limpia las heridas, la carga erótica de la escena es evidente. La posición de ambos reproduce la escena plasmada por Miguel Ángel en su escultura “La Pietá”.

¿Por qué el redentor de la humanidad es hombre?, ¿no podría haber sido una mujer? Los textos que acompañan las fotos explican de mejor manera esta pregunta.

Para montar la exposición pedí a amistades de oficios diferentes, que una vez que observaran las fotos, escribieran lo que les sugirieran las imágenes. Estos textos acompañan a la exposición que se presentó en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, y previo a la inauguración la anuncié en las redes sociales. Un mensaje anónimo decía: “habrá consecuencias…”. Una semana después de la inauguración fui despedido de mi trabajo sin explicación alguna, solo dijeron que ya no necesitaban de mis servicios.

LA CRUCIFIXIÓN

Andrés de Luna

María Magdalena fue la primera Apóstol que tuvo la Iglesia Cristiana. Ella obtuvo la confianza y la fe de Jesús de Nazareth, quien en Caná obtuvo los derechos matrimoniales para desposarse con esta mujer. Luego de esto, los hechos se vuelven nebulosos, sobre todo en lo que se refiere a la aprehensión del sacerdote  en el Monte de los Olivos, luego en la muerte prematura del predicador. Al parecer esta es una de las vertientes en las que se convirtió la leyenda de Cristo.

Lo único que resulta cierto de todas aquellas confusiones, es que la Apóstol María Magdalena partió rumbo a Antioquía para fundar una iglesia que era un mandato de su esposo. Después fue a Roma, sitio que la erigió como la primera Papisa que existió. Una vez que los romanos desatendieron los reclamos de la nueva religiosidad, ella fue crucificada. Su gesto es resplandeciente en esa actitud venerable. María Magdalena ejerció los poderes que fueron emanados por Jesús de Nazareth, y entonces, ella, la mujer, se comprometió a dotar a la iglesia de los atributos de los que ahora carecía su creencia. Su cuerpo juvenil fue tocado por varios de los tiranos que percibieron el banquete que significaba crucificarla. Uno la tomó de la cintura y la colocó sobre la pesadez de una cruz bastante burda. Otro le acariciaba los pechos con el temblor de quien sabe que sus acciones serán condenadas en el futuro. Uno más tocó con los labios la hendidura de su entrepierna, que ya estaba húmeda y lista para cumplir con los sacrificios que le dieran estos romanos. Otro más se solazó con la zona anal, con dos dedos trataba de abrir esa parte corporal que estaba cerrada. El último dio un par de besos en una boca que se deshacía por los ósculos que le daban en ese momento. Ella acabó el encuentro con la mirada alta y sin flaquear en sus ánimos. Los hombres la bajaron de la cruz y la colocaron en el piso. Después huyeron ante el temor de lo que significaba el poder de la Apóstol.

LAS CRISTAS

Gabriela Dumay

La nueva serie de fotografías de Ricardo María Garibay, siempre dentro del tema del desnudo femenino, parece alejarse, quizá sin lograrlo del todo, del erotismo que, aún dentro de la insinuación mística del discurso plástico, resulta inherente de la forma femenina de innegable belleza y seductora plasticidad.

Retoma Garibay la imagen del Cristo de manera por demás sutil, ya que el referente existe sólo en la pose, sin llegar al uso de elementos exógenos como la cruz, sin embargo, la asociación resulta clara a la vista del espectador. La ductilidad de la modelo le permite insinuar apenas la paráfrasis sin llegar nunca a lo obvio, por lo cual no puede causar rechazo ni aún en las mentes más cerradas.

¿Pero que encierra este nuevo discurso en la obra de Garibay? Sin duda, un discurso que tiene mucho de feminista, la reivindicación de la mujer como símbolo de la salvación est orbis, a través de la aceptación y entrega a un sufrimiento universal, dentro del pensamiento cristiano; “la salvación por medio del sufrimiento” ¿Acaso no ha sido la mujer a través de los siglos el cordero pascual? ¿La que da a luz con dolor, la que goza, sufre y llora en y por cada uno de sus hijos, la que ama sin reservas, la que soporta el maltrato y la discriminación? Y también la que se levanta envestida de dignidad, la que es capaz de decir ¡Basta! Blandiendo el mismo látigo que alzó Jesús contra los mercaderes en el templo. Quizá la paráfrasis sea otra y Garibay nos esté mostrando la parte femenina del Cristo mismo, esa parte dulce y reflexiva que existe en el interior de cada hombre, por mucho que se empeñe en ocultarla.

En cualquiera de los casos, el discurso resulta válido, el montaje previo a la toma fotográfica posee plasticidad y belleza, la elección de la modelo es perfecta, la iluminación magnífica y el resultado final posee un exquisito equilibrio, una total ausencia de grandilocuencia dramática. Más allá es el espectador quien tiene la palabra.

EROTISMO MÍSTICO

María Helena Noval

Si revisamos los entrecruces de la iconografía cristiana con el erotismo en la historia del arte encontraremos una abundante cantidad de pinturas y esculturas que muestran el génesis de la humanidad (Adán y Eva), las vidas y martirio de los santos y la imagen cristológica en los momentos conocidos como la Pasión y Muerte de Jesucristo, esto en el culmen del cuerpo sometido al otro. Todos esos abordajes privilegian la relación entre dos o más seres, la presencia del cuerpo entero y no el fragmento, destacan la vulnerabilidad del mismo y la capacidad para sentir que nos ofrece la prontitud, la cercanía de la piel. En el caso de la fotografía, sin embargo, estos entrecruces han sido menos explorados no sólo por la corta vida del medio, sino porque en general tal combinación de tópicos (erotismo y mística) se da con mayor frecuencia cuando se trata del registro de representaciones de índole teatral.

Las fotografías más recientes de Ricardo María Garibay van más allá de esta historia que es constructo cultural y destacan no sólo por la altísima calidad con la que están trabajadas, sino porque enriquecen en más de un sentido la historia del desnudo en el arte. Me explico.

Por un lado, el fotógrafo nos asombra con una serie de cuerpos retratados que recuerdan el Barroco por las posiciones contorsionadas de los mismos, por las líneas diagonales imaginarias que cruzan las composiciones y por la perspectiva desde la cual se les mira –lo cual muestra un tratamiento estético novedoso y propositivo-, por otro, la propia historia de la imagen erótica viene a ser trastocada porque el sujeto que aparece es una mujer investida como Jesucristo, lo cual transgrede completamente el corpus referencial del que se parte. ¿Debemos de sentir compasión por este cuerpo que nos recuerda a aquel que con su tortura y pasión pagó por los pecados de la humanidad? O ¿debemos acaso dejarnos llevar por la sensualidad de las formas destacadas por el juego de luces y sombras y la vida palpable, crispada que se nos presenta en primer plano? Tales son las cuestiones contradictorias que se nos hacen a los espectadores de estas “Cristas” reveladas en blanco y negro por Ricardo María Garibay Velasco.

No obstante, nos atrevemos a afirmar que es mediante esta serie de imágenes que Garibay da otra vuelta de tuerca a la genealogía del cuerpo como objeto de deseo. El fotógrafo excede la provocación del ojo pudoroso porque transgrede los códigos referenciales rebasando los límites de lo permitido, invitándonos a proponer un neologismo que pudiéramos nombrar como “permitodo”, un neologismo que alude en su contundencia a la cualidad más palpable de las secuelas de la posmodernidad: vivimos una época de la imagen en la que todo se vale y qué mejor que la obra que analizamos para probarlo.