La Iglesia de los otros amores

Carolina Iglesias

*Charla con Alfonso Leija Salas, Obispo de la Iglesia Río de la Plata, en Cuernavaca. Es Doctor en Biomédica Básica y Doctor en Farmacia.

En una tarde, Alfonso Leija Salas me abre la puerta de la Colectiva Diversa, ubicada en el Centro de Cuernavaca; antes de conversar conmigo, recibe a un pequeño grupo de extranjeras que vienen a conocer su trabajo. Integrantes de la Colectiva y las visitantes, escuchan las experiencias del trabajo que Leija ha realizado durante 40 años. Comparten té y tamales de elote que salen de la cocina, donde es preparada cada domingo la comida que ha de repartirse en el comedor popular, y donde también se alista el té y las galletas que están por repartirse a personas en situación de calle, a las trabajadoras sexuales, adultos mayores, esa misma tarde en uno de los recorridos que hacen dos veces a la semana por el Zócalo, Aragón y León, para terminar en el Jardín San Juan. La charla se da en la sala, en un ambiente cálido. Cuando termina su conversación con sus visitantes, Alfonso, con tranquilidad y paciencia, escucha y responde a mis preguntas.

Si bien ya existían manifestaciones sobre posturas teológicas que ya cuestionaban la práctica cristiana, es hasta 1971 que surge el concepto de Teología de la Liberación y con él comienza una reflexión ordenada y sistematizada de aquellas expresiones previas. ¿Cuál es tu punto de partida para elegir la opción por los pobres, los marginados, las víctimas de violencia y explotación?

R: Principalmente por mi condición de homosexual. El sufrimiento que sufrí desde niño, inclusive el rechazo de mi iglesia, la católica romana, donde yo nací y crecí y desde donde vi que otras iglesias: las cristianas, judías, musulmanas, iglesias de toda índole tienen una actitud de negatividad y de rechazo hacia lo diferente. Todo ese dolor provocó que en mí naciera esta idea de tener una iglesia para los pobres, porque entendí que la iglesia oficial está coludida con el poder para controlar a las masas a través del miedo, del rezo, del infierno, del cielo, de la recompensa; en esa reflexión me doy cuenta de que ese sistema apartaba a ciertos grupos vulnerables de la deidad que para mucha gente era importante. Para mí era importante sentirme parte de la obra de Dios, de sentir esa fe. Cuando empiezo a ser rechazado, me doy cuenta de que hay todo un sector marginado, que el 80% de la población es gente pobre, gente indígena, gente de la diversidad sexual, gente opositora a un sistema que privilegia no más que a los propios. En fin, todos estos sectores finalmente les llamamos el sector de los que menos tienen.

Otro suceso que me inspira es la rebelión de los indígenas de Chiapas; obviamente, en los años anteriores con la Teología de la liberación, pues me acuerdo de ponentes muy importantes como Rius, que nos enseñó a todos en nuestra juventud, cuando menos en mi época, el sentido de la igualdad, la búsqueda de la igualdad de derechos para las personas marginadas.

Recuerdo el pasado y veo que a través de los años la pobreza no ha disminuido, que las condiciones de vida para los pobres no han mejorado. Al contrario, por lo menos, hace cuarenta años, la gente sí tomaba leche de vaca, sí comía huevos, frutas y legumbres naturales, del campo, bebíamos agua de la llave y no estaba contaminada. En la actualidad no tenemos ni lo mínimo para la canasta básica; ahora no hay para carne, para huevo, no hay ni para tortillas porque ahora está a 25 pesos el kilo; la carestía no permite alimentarse bien a los más pobres; esto es ahora, pero desde hace cuarenta años me hizo pensar en otra alternativa de enseñanza religiosa al margen del sistema del poder. Primero, para neutralizar el ataque a la diversidad sexual, cambiar la actitud de los papás, mamás y familia cundo no aceptaban que una persona fuera diferente, no solamente en la preferencia u orientación sexual sino, también de la que pensaba diferente.

Hace cuarenta años todavía era el semillero del socialismo, de la búsqueda de igualdad, de la búsqueda de un sistema para que la gente fuera feliz; sin embargo, en 1989 cae el muro de Berlín. Esto provoca en mí la búsqueda, desde el punto de vista teológico, al igual que el Obispo Méndez Arceo, de las bases de la igualdad, del amor universal, del amor de Dios hacia todo lo que sea vida, incluidas la flora y la fauna. Ellos (Don Sergio y los del movimiento de la Teología de la Liberación) hablaban de la liberación del ser humano: antes de lo espiritual, comer, y si no comían, no podían tener fe, no podían buscar la espiritualidad, no podían trascender a esta etapa superior de espiritualidad mientras no tenían lo básico, que es comer. Ahora es lo mismo, cuando nos alimentamos bien, significa que podemos pensar, razonar, tener un intelecto agudo, congruente. Ese equilibrio es importante para poder desarrollarnos intelectual y físicamente. Hay personas que se quedan frustradas en su desarrollo por la mal nutrición desde su infancia. Para la mayoría de la población mexicana, su alimentación básica es de frijoles, arroz y tortillas, chile, y, quizás, una vez a la semana, huevo o carne; es una realidad que siempre ha existido desde hace muchos años. Del análisis de todo esto, surge mi reflexión sobre la iglesia. Yo veo a la iglesia como una madre que corrige a todos sus hijos. En los grupos marginados encuentras a prostitutas, gente de la calle, otras orientaciones sexuales, gente sin hogar, personas dependientes de algún vicio, víctimas que buscan justicia; ante todo esto, yo veo a la iglesia como la madre, y que tiene el suficiente vigor y el vínculo importante con Dios para cubrir las necesidades de todos sus hijos sin despreciarlos. Por eso me pareció importante trabajar en una iglesia, no solo por la diversidad sexual, sino, para todos los sectores marginados, sin represión.

Ese es mi punto de partida, pero, el verdadero motor fue que no entendía por qué la gente sufría, no comprendía el sufrimiento alrededor, entre parejas, entre padres e hijos, en que nunca había suficiente dinero para tener una solvencia económica, mucha pobreza, mucha pérdida de valores. Me tocó esa transición de perder todos esos valores, que, por un lado, está bien que hayamos quitado algunos como cuando la hija quedaba embarazada y la corrían de la casa porque era avergonzar el honor de la familia. Fíjate qué términos usaban para la justificación de la intención para la represión de necesidades primarias de ser vivo, como la necesidad de cariño, de la interacción sexual.

Aún ahora no se puede impedir la expresión de la sexualidad de nadie, porque, finalmente, ni la religión, ni los valores, ni el civismo, ni la rigidez, ni el castigo, nada puede impedir esa expresión. Por debajo del agua, pero todo sucede; se puede reprimir socialmente, pero en los hechos sucede, se expresa contundentemente, y para mí eso es más peligroso, porque es desinformado, y todo esto es también parte del sistema para darte una educación que forme una idea de obediencia, formación y doble moral.

Hace muchos años hice un experimento. Cuando tuve un albergue para enfermos terminales de SIDA y para personas de la calle por los años 1988-1990, ahí se quedaban las personas, tomaban sus alimentos, se bañaban y cambiaban de ropa. Yo les preguntaba, en una encuesta personal a hombres y mujeres, pequeños y grades, cuál era su preferencia sexual, y todos me respondieron que “les daba igual”; y eso me hizo ver que una persona en situación de calle no es una persona cautiva del sistema. Las personas necesitan amor, cariño, un abrazo. Esas también son necesidades básicas que deben cubrirse.

Ese es mi punto de partida, y con él nace La Colectiva Diversa, el Comedor popular El Farolito, entre muchas otras actividades y acompañamientos con otros movimientos sociales.

A partir de tu formación y ejercicio académico, tu ejercicio reflexivo es práctico y te pronuncias activamente sobre temas de la vida cotidiana de creyentes y no. ¿En 40 años de trabajo, cuál ha sido tu principal opositor?

R. Principalmente mi lucha ha sido interna; mi principal opositor soy yo mismo, porque pasa una etapa y me cansa, porque uno quisiera ver el progreso de un cambio social significativo, que, quizás logre pequeños cambios en algunas personas en su conducta, en su forma de ser, de pensar, de crecer académicamente, de participar en este trabajo que hago, pero siempre decae. Por generaciones y generaciones, he influido en personas, pero siguen su camino finalmente. Eso me tomó mucho tiempo entenderlo, que no era para que se quedaran. El trabajo es como papá y mamá que educan a un hijo, él toma lo que quiere tomar y parte para la vida. Al principio yo quería que pensaran como yo, que dieran su vida por el servicio, pero entendí que cada persona es diferente. Entendía que yo tuve esa virtud y la oportunidad de cambiar mi manera de pensar para decidir ser lo que soy ahora.

Todo ese camino ha sido difícil, además de soportar un ataque constante hacia los que estamos afuera del sistema es también muy cansado: han puesto mi fotografía en algunas iglesias, se refieren a mí como falso padre. La persecución por parte de la Iglesia católica romana deja en claro que, si no eres parte de ella, no puedes ser un padre, no puedes ser un líder religioso. Ninguna religión equivale a ellos, y mucha feligresía se cree todo eso. Se nos ve como personas peligrosas, de ataque, de falsedad, de adoptar una posición que no nos corresponde. Una vez, hace 20 años aquí en Cuernavaca, hicieron una manifestación los integrantes de la iglesia católica romana, afuera de mi iglesia porque llevo a cabo matrimonios de personas del mismo sexo.

Hace décadas era impensable que alguno de los partidos políticos abrazara la causa de los pobres y mucho menos de la diversidad sexual. Recuerdo que en esos años yo hacía propuestas para influir en la agenda política de algunos partidos, y los convocaba para escuchar cuáles eras sus propuestas o qué pensaban sobre los marginados, pero nunca se presentaron; al contrario, era una persecución hacia mi persona en periódicos, en medios de comunicación. Hubo rechazo hasta por parte de algunos grupos participantes de la misma lucha social que también nos veían con recelo por ser homosexuales. Si había organización de los pobres, se organizaban en sindicatos, organizaban marchas, exigían sus derechos, pero no se sumaban a la lucha de la diversidad sexual. Poco a poco, después de mucha lucha, pude ganarme la confianza de muchos grupos porque he participado con ellos, los he apoyado y, después de todo, me han considerado también como su líder espiritual; ahora, en todos los casos de incidencias, por ejemplo, de las personas que mueren por incidencia política, doy mi acompañamiento espiritual, mi apoyo, sean creyentes o no, pero ellos mismo lo consideran importante. Un ejemplo, en la colonia de la Estación, a la semana hay mínimo tres que pierden la vida por violencia, y la gente me busca para ese acompañamiento espiritual, así que, por lo menos, asisto solo a la Estación, unas tres veces por semana. Y así he estado por muchos años. Ahora a esta iglesia, es compañera en esa búsqueda de justicia, de empatía a comparación de las otras iglesias. Me preocupa mucho la violencia, los ataques a los jóvenes, las consecuencias del crimen organizado, del narcotráfico, la persecución a los activistas.

En las últimas cuatro décadas has estado cerca de los movimientos sociales en el terreno práctico de la acción colectiva a favor de la defensa y liberación de las víctimas sociales, ¿de qué manera expresas tú con ellos y cómo asumen ellos la política de la fe cuando todavía existe una pobreza desesperada?

R. Veo, cuando menos, que este acompañamiento espiritual a los grupos marginados, de los otros grupos cuando menos les queda la tranquilidad de despedir bien a alguien con energía, con paz que no encontraron en su búsqueda de fe en las otras iglesias que son parte del sistema.

Todos los días pienso, recapitulo mi caminar, y recuerdo que hace 30 años, yo aseguraba que en el futuro la lucha que empezamos en ese momento habría tenido avances, que habría menos pobreza, más justicia social, pero no. Esto ha empeorado, cada día, cada año, veo con mucha tristeza, que no solamente no hay procuración de justicia, no hay estado de derecho, la corrupción afecta la impartición de justicia; la gente puede matar a cualquiera a cambio de la mínima cantidad de dinero. Las jornadas de trabajo siguen siendo largas con salarios bajos. Las familias enfrentan altísimos costos para sostenerse.

Como lo dije anteriormente, desde que empieza el movimiento de la Teología de la Liberación, se contempla que primero debe alimentarse la panza para poder pensar en la divinidad. El producto de la miseria social (hambre, desempleo, injusticia, asesinatos impunes, pederastia, adicciones) es provocado por el sistema mundial. Es deber del libre pensador y del guía espiritual no ser cómplice del sistema. Nosotros seguimos el ejemplo de la lucha organizada de los pueblos Zapatistas, que con autonomía crearon sus propias escuelas y sistemas educativos, producen sus propios alimentos en una forma cooperativa; han organizado también un sistema de salud eficiente para su población, y han reconocido el derecho de igualdad entre hombres, mujeres y los otros amores. Su sistema de justicia busca verdaderamente garantizar penalizaciones para cualquiera que cometa delitos sin impunidad ni corrupción.

Elegiste el amor como una práctica política; en tu caminar, cuando has visto la desigualdad y la marginación tan de cerca. ¿Cómo percibes la postura espiritual o la visión de la divinidad en las víctimas sociales, la tuya, incluso?

R. El mensaje de la cultura cristiana nos indica que es bienaventurado el que sufre, como una forma cómoda de decir o pensar que así Dios está con nosotros, porque en el sufrimiento está la existencia innata de un Dios, nos lo han hecho ver como que esa esperanza nos provoca un efecto de lo que ahora llamamos resiliencia, de aguantar, de soportar la carencia y el dolor, para poder seguir y con base en eso tenemos esperanza y fe; esto es para muchos una forma en la que pueden sobrevivir. La gente lo asume así, ante el dolor, el sufrimiento provocado por el mismo sistema, la esperanza aguarda en la fe. ¡Quién soy yo, Alfonso, para decirle a alguien que la virgen de Guadalupe que vio pintada en un lienzo, es un personaje creado para controlar a los indios de México! ¿Por qué le rompo esa creencia, cuando le hace mejor esa creencia para resistir en su fe en un mundo de injusticia?

Según tu ejercicio teológico-político ¿podemos considerar a la iglesia, y no solo a la católica, todavía como un aparato ideológico del estado?

R. Sí, definitivamente sí. Históricamente ha sido un sistema de control. En todo este tiempo solo he visto a Don Méndez Arceo con un discurso congruente en la práctica, porque él sí cobijaba a los grupos que lo buscaban, a sindicatos acosados porque se revelaban o a cualquier perseguido que le pidiera ayuda; él abría la catedral y ahí los escondía. Era su manera de luchar con ellos y buscar la justicia social.

En la actualidad no se tiene ningún compromiso, y tú lo has visto. En la pandemia del COVID yo esperaba una organización de todas las iglesias, de todas las instituciones para poder ayudar a disminuir el sufrimiento de la población; pero ni los gobiernos, municipal, estatal o federal, hicieron nada. Ni las iglesias. Todos ellos tienen la capacidad y la economía para organizar a su misma gente para abrir comedores, para dar hospedaje a la gente de la calle. Yo, cuando vi la necesidad, a pesar de mi temor por el COVID, mi compromiso espiritual me dijo que yo podía y tenía que hacer algo, mi fe me llevó a hacerlo. Hice la convocatoria, y mucha gente respondió, cuando menos en la etapa de la emergencia en los primeros meses, contribuyeron a ayudar con el voluntariado y así inicié la actividad diaria en el Comedor del Farolito para personas que no tienen casa. Ese comedor funciona desde hace 40 años, donde se reparte comida los domingos, pero en la emergencia sanitaria tuvimos que abrirlo todos los días para desayuno y comida, porque la gente que vive en la calle, come lo que la gente tira. Van a los botes de basura y se comen los residuos que allí quedan. Esa es su comida. Si la consigna, hace tres años, fue el quedarnos todos en casa ¿qué comían ellos si no había gente que dejara basura? Al ver eso, decidí abrir el comedor para todos los días en la mañana y en la tarde. Distribuí recursos, organicé voluntarios y como yo tenía tiempo porque no trabajábamos en la universidad, veníamos, cocinábamos arroz, frijoles, huevo, lo que hubiera, y eso repartíamos. Como no había gente, tomamos la Plazuela del Zacate, para el Comedor del Farolito.   

¿Cuáles consideras que son los puntos positivos, a partir de la reflexión sobre la carga negativa histórica de la iglesia y que ha dado la posibilidad de nuevas rutas de la fe?

R. Desafortunadamente veo que las iglesias van a desaparecer. Una, porque ya no concilian la cultura teológica y las normas de lo que es la iglesia con la población, hay una separación enorme. Ahorita si tú vas a una iglesia, si acaso dan una misa una vez a la semana. Cuando yo era niño, daban, fácil, de 10 a 12 misas al día. Desde “La misa del lechero”, porque era la misa para los que se levantaban muy temprano, y ahora, a duras penas, una misa en cada iglesia. En Europa ya las iglesias están abandonadas, ya no hay gente ni sacerdotes que las atiendan; las han convertido en lugares de turismo, como restaurantes, centros de convenciones, jardines de eventos, para aprovechar los espacios. Es importante decir que los templos son del estado, En México, cuando menos, desde la que se forma el estado laico y expropia los bienes a la iglesia. Ahora, de alguna manera, presta los inmuebles a la iglesia católica, solamente, nunca a una iglesia disidente como a la mía, que es autogestiva, que para mí se ha convertido en un proyecto de vida, me anclé a la vida con ese ministerio, con ese apostolado, con esa búsqueda, donde me he rodeado de mucha gente, cada año pasan generaciones. A todos los quiero mucho, forman parte de mi vida y estoy agradecido porque en mi anclaje de vida, en la búsqueda de sentido a mi vida, me encontré en un punto de muerte. Le pedí a Dios “déjame vivir y me voy a dedicar a ti”; así encontré un propósito de vida. Por eso, ahora me sorprende saber que hay mucha gente que no tiene propósito de vida, que no sabe qué hará mañana ni el resto de su vida y es algo que tenemos que tener claro, cuál es nuestro propósito de vida, cuál es nuestro propósito de vivir. Qué necesidades tenemos, para expresarnos y externar lo que tenemos muy adentro para poderlo compartir y ofrecerlo a los que menos tienen, en búsqueda de la igualdad.

¿De qué manera puede influir o abonar la investigación académica e intelectual, sobre movimientos sociales, antiguos y activos, para disminuir la violencia y la desigualdad, y que no solamente se abone a un legado dirigido a la propia academia y a los intelectuales?

R. Primeramente, romper toda esta barrera de las universidades, de los intelectuales, de las personas académicas e involucrarse realmente con la problemática social; me doy cuenta de esa barrera porque yo formo parte del grupo intelectual y corroboro que hay una ruptura completa con el problema social, porque, obviamente, en su vasto mundo, la mayoría se siente glorificada, se siente más; porque sí, es cierto, tienen conocimientos más profundos, especializados en los grados académicos y eso hace que suban unos dos o diez escalones, como se quiera ver y eso hace que se separe de la problemática social, pero finalmente están en la misma tierra. Sí, son más pudientes que la gente común, económica e intelectualmente, pero si no se asume esta pobreza entre los pobres no habrá entendimiento de lo que sucede en la realidad; yo pude ser solo teórico y escribir sobre esto, pero si no me bajo a las bases con la gente, no aprendo, no veo la necesidad. Son como los políticos, si no caminan entre la pobreza y la inmundicia, no se van a dar cuenta qué es lo que debe corregirse. Lo hacen para tomarse una foto; en ese caso, el de los partidos políticos, recordemos que son los mismos integrantes, que solo cambian de un color a otro, pero se mantienen. Dice el comandante Marcos: el patrón es el mismo, solo cambian de capataz. No hay ningún cambio, solo pueden verse dádivas, el apoyo, por ejemplo, para el adulto mayor ha existido siempre, no es nada extraordinario, es dinero de la gente. Es pasajero, no garantiza ninguna estabilidad. Repito, en 40 años las cosas no mejoran, hay más pobreza, más violencia, más infelicidad, aumentó el consumo de las drogas; a los consumidores de drogas, les llamo espíritus disgregados, porque su mente se disgrega, están en conflicto constante, no solo en la cuestión mental, sino, económica, porque deben saber cómo proveerse de la droga y ahí comienzan otros conflictos alarmantes. Estamos frente a una carencia enorme, entonces, el intelectual debe tener conocimiento real de lo que sucede en lo social. Primero, porque ni ellos van a estar tranquilos, porque si la riqueza no se reparte equitativamente, el sistema provoca el resentimiento, una volcadura contra esos pudientes que ahora son la presa fácil. El hambre es determinante. En este análisis, el intelectual y el académico tiene que buscar, tiene que entender, tiene que caminar con la gente para encontrar soluciones de búsqueda no solamente teórica. Yo, a veces, honestamente me siento solo en esta lucha, porque, aunque hay voluntarios, no hay un compromiso real.

Con todo esto que has visto durante tanto tiempo, corroboras a diario que en la vida cotidiana han aumentado la violencia y la crueldad, ha disminuido para muchos el valor de la vida. A este punto al que hemos llegado ¿puede revertirse?

R. Puede revertirse con un mensaje: con el amor. El amor por la humanidad, por la vida. Veo todavía a las parejas jóvenes que aman al otro, que creen en él, que confían y aunque el enamoramiento puede ser pasajero, me doy cuenta también de que puede ser una herramienta para cambio. Podemos volver a confiar desde el amor, pero solo cuando vemos ese amor correspondido. Por ejemplo, que hubiera una revolución otra vez, una real; los cambios que deberían buscarse deben ser desde el amor, si no, empezaríamos otro ciclo, otro proceso de rebelión y búsqueda de justicia sin fin; si no hay amor en igualdad, amor en equidad de derechos, amor en justicia, en donde realmente sí sea canalizada la infracción social no podremos avanzar; eso lo podemos ver desde la biblia, en el Pentateuco, ahí aparecen las normas sociales que se necesitan para poder vivir en sociedad. ¿Cuáles son ahora esas normas sociales en nuestro México? No hay procuración de justicia. Hoy cualquiera puede matar sin que la víctima y su familia consigan verdad y justicia. Ante ese escenario, uno se queda en un vacío, en una impotencia por la injusticia del sistema, con el peso enorme de no poder hacer nada, sin poder siquiera alzar la voz porque sigue el riesgo. Estamos ante crímenes de lesa humanidad. No solo hay víctimas, sino que hay revictimizaciones una y otra vez para las familias de las víctimas, con argumentos comunes “lo mataron porque vendía droga”, y la gente se queda contenta porque lo mataron por vender droga. Por parte del gobierno, mientras no hay uno que cumpla la constitución realmente, no simulada, y con participación organizada de la ciudadanía determinante, porque quien manda es el pueblo. Desafortunadamente no hemos logrado esa organización y los gobernantes evaden sus responsabilidades para beneficiarse ellos mismos, incluso, dictando leyes a conveniencia con abandono de las necesidades sociales. Debemos luchar para garantizar que todas y todos tengamos la comida suficiente. Para mí eso es lo fundamental. Esta carencia, la falta de trabajo, no poder cubrir las necesidades urgentes provocan el decaimiento, la depresión, sentimiento de lejanía de cualquier garantía social, desintegración. Eso conlleva sufrimiento, una carencia sentimental y espiritual.