Desde algún lugar común. Poemas de Rocío Magallón Mariné

I

El mar se abre paso,

no en silencio,

no en susurros,

el mar grita 

y el ahogo 

no se acaba, 

como no se acaba el tedio, 

el vacío de lo material

y el ansia de querer

comerse al mundo;

tragarse a quien se pueda en el camino

para ser el primero,

auto consumirse en la desesperanza.

El mar viejo.

El mar sabio.

El mar es lo Espiritual

que trasciende en olas 

o en atardeceres

y se quiebra de espanto, 

y se muere de risa

y no se va a callar.

Yo conocí la Fe

en la luz que en cada alborada

acaricia la hoja del manzano,

tímida,

natural,

sencilla

para que nazca la Esperanza en forma de fruto.

Siempre he sido del bosque,

crecí libre y natural

con los pulmones henchidos de anís y pinos,

con los ojos abiertos a las copas de los árboles 

y también al musgo y el limo pequeñito;

en el bosque 

la orquídea se recuesta en la corteza

mientras el sol

describe caprichos en el ámbar del encino;

pero el bosque también ha sido mutilado

y le cortan raíces

y le llueve el olvido;

llora encendido de sierras

entre capas de cemento.

Hablo desde un cementerio de barcos,

desde una tormenta de arena

viva, encarnizadamente viva;

desde un minúsculo racimo de piedritas

que un día fueron risco, playa, horizonte;

yo la Soledad,

habito esta proa de madera que se deshace,

este puerto de indiferencia y vacío

en la ciudad más poblada;

sostengo el mástil de los suicidas,

la soga,

la llaga que no se cierra.

Tuve una vez un aliento en el vientre,

una fiusca, 

como las de las luces de bengala

que iluminan, alegran

y de repente se apagan;

dicen que nunca se van

que aparece en flores o colibríes,

que escucha y siente

y que algún día 

puede regresar a su nido.

Si yo me fuera

de un momento a otro,

de esta ciudad, 

de este tiempo;

tal vez no pasaría nada,

los árboles seguirían ahí,

los coches con sus bocinas,

las fotos se irían desgastando,

mi voz quedaría grabada en pocos

como los recuerdos;

es seguro que muchos

ni siquiera sepan que existí;

sin embargo, 

yo si extrañaría el viento,

sus manos,

nuestra risa,

los más pequeños de la casa

y los más viejos;

estoy segura que extrañaría

la música que hacen las palabras, 

el olor de algunas cosas de la infancia,

mi bosque,

así como ahora extraño tanto a mis perros.

Una columna obscura se levanta y los niños se arrancan los juegos de un tirón…

Silvio Rodríguez

Quién se atreve a olvidar 

el grito ensordecedor de un gemido, 

la inundación que provoca una lágrima,

la ráfaga de carcajadas de mi pueblo;

quién se ha atrevido a retar un canto,

una sola palabra nacida del amor;

no quiero que nadie más se muera

en el olvido,

en una ciudad enorme

abandonado; 

 no quiero que nadie más se atreva 

a olvidar un verso

como bálsamo;

quién se sigue atreviendo 

a asfixiar trigales 

con muros de concreto

y cantos de pájaros

y mariposas volando.

Serie: Flore-ando. Fotografía digital. Jussara Texeira.