Ma. del Carmen Bustos Garduño[1]
Coatetelco, la vasija de la vida
Coatetelco, el “lugar donde hay montículos erigidos en honor a las serpientes”[2] (Alemán Cleto, 2015, p.25), es un pueblo ubicado en el poniente del estado de Morelos y es uno de los tres recién nombrados Municipios Indígenas de la entidad.[3] Se encuentra a unos 35 km del centro de Cuernavaca. Así que, si se toma la carretera federal México – Acapulco camino al sur hasta Alpuyeca, y en breve se gira a la derecha, se está ahí en tan solo 30 minutos desde la ciudad capital.
El territorio de Coatetelco debido a su topografía asemeja una olla, la vasija de la vida o útero sagrado, cuya representación los pueblos de origen nahua buscaban afanosamente en el paisaje donde habrían de fundar sus pueblos y ciudades (García Zambrano y Bernal García, 2006). Tal configuración, en la región, es dada por los cerros circundantes cuyo culmen en su punto más bajo resulta ser la cristalización de una esplendorosa laguna. Es así como, referirse a las características del asentamiento en términos geofísicos y culturales, incluso astronómicos, por separado, no tiene mucho sentido pues paisaje, cultura y cosmos se encuentran imbricados desde el mismo instante en que se creó el poblado. La fundación de éste, según Mamá Teo, la figura protagonista de esta historia, acaeció entre los años 250 y 500 d. C. (Alemán Cleto, 2015).
Acorde a una leyenda aún hoy contada de boca en boca, de abuelas a nietas, de madres a hijas, de padres a pequeños, la creación de la laguna fue obra de una Diosa llamada Cuauhtlitzin y, si atendemos a los mitos de fundación de los pueblos de origen nahua, el poblamiento de Coatetelco se debió a largas caminatas que mujeres y hombres, niñas y niños, ancianas y ancianos, realizaron cuando salieron, como si de hormigas se tratara, de la cueva de Chicomoztoc y cruzaron desiertos, atravesaron montañas, caminaron valles, incluso, navegaron la mar océano. Hasta que llegaron al territorio a todos ellos prometido por sus dioses: un pedazo de tierra junto a un lago o laguna, un nacimiento de agua o un río; siempre, próximo a un cerro o montaña; parajes éstos poblados de juncos, habitado por patos, peces y otras muchas aves y animales silvestres (García Zambrano y Bernal García, 2006). Desde aquel entonces, el paisaje natural es, asimismo, un paisaje sagrado, cuya máxima expresión está simbolizada por la laguna, el sitio en donde confluyen todos los rumbos (Maldonado Jiménez, 2005) y se entrelazan todos los seres existentes en el mundo, incluidos los ancestros (Fernández Christlieb y García Zambrano, 2006). La laguna es, asimismo, la fuente de los mantenimientos (Maldonado Jiménez, 2005), la vasija, el útero generador de la vida.
Así, el vaso lacustre junto con el cerro del Teponasillo, cuya elevación inicia al pie del estero, contienen la representación simbólica sustentadora de la cosmovisión de los antiguos pueblos nahuas, la dupla agua montaña: el altepetl (Maldonado, 2005). Altepetl que es, asimismo, el asentamiento humano, el paisaje sagrado, todos aquellos seres –humanos y no– quienes lo habitan: la ciudad prehispánica (Christlieb & García-Zambrano, 2006). Fue en este pueblo de origen ancestral y colonizado por los españoles en el siglo XVI, donde, el 26 de febrero de 1928 nació Teódula Alemán Cleto, la hoy anciana mujer quien motiva e inspira la escritura de este relato.
La niña que nació sirena
Mamá Teo es el nombre con el cual, cariñosamente, los de Coatetelco llaman a la maestra de educación primaria Teódula Alemán Cleto, la primera entre sus coterráneos en contar con ese título; además de la satisfacción de dedicar su tiempo y su vida a la noble labor de enseñar a los más pequeños de su pueblo. Teódula nació hacia finales de la segunda década del siglo XX, por lo que su vida se expande a lo largo de 95 años. La mayoría de ellos los ha dedicado no sólo a la enseñanza, sino también, al rescate y preservación de la historia, la espiritualidad, las tradiciones y las leyendas de su pueblo. Tan es así, que, en 2015, la autonombrada “maestra rural” publicó un libro intitulado Coatetelco, pueblo indígena de pescadores. El amplio volumen escrito en una prosa exquisita está basado en las memorias, en los apuntes que, a lo largo de su vida, Teódula fue escribiendo y recopilando. En él, la nonagenaria mujer cuenta episodios de la vida cotidiana, relatos de acontecimientos históricos, mitos provenientes de la época prehispánica, costumbres y ritualidad que son la expresión de una espiritualidad comunitaria vinculada a la tierra y al agua. Así también, la autora a través de su escritura, visita lugares y edificios cuyas estructuras guardan la memoria de vidas pasadas, sustentan las de los pobladores contemporáneos y en donde se encuentra la promesa para las generaciones venideras. No conforme con ello, Mamá Teo hace gala de su sensibilidad poética y hacia el final de su obra incluye poemas de su autoría, entre ellos, el dedicado a la Diosa Cuauhtlitzin, la deidad ancestral vinculada al florecimiento del pueblo. Además, Teódula añade varias recetas de la comida típica de su amado lugar.
Atraída por la singularidad del personaje y decidida a encontrarme con ella, un día agarré camino rumbo a la vieja casona de Teódula. Cobijadas por los espesos muros de calicanto y la cubierta revestida con teja de barro, Mamá Teo me recibió con amabilidad e inició una serie de, unas veces fascinantes y otras estrujantes, relatos. En la categoría de los segundos se encuentra aquel, en el cual, según Teódula, hace muchos años cuando ella era una niña, un hombre asesinó a su esposa porque había tardado más de lo acostumbrado en ir al molino (en Coatetelco, hasta la fecha, las mujeres hacen las tortillas a mano). Luego, la maestra prosiguió con la narración de varios acontecimientos similares a este. Tales sucesos ocurridos durante su infancia calaron profundo en el corazón, el cuerpo y la mente de la pequeña, cuya sensibilidad y capacidad reflexiva se encontraban sumamente desarrolladas desde aquellas tempranas épocas.
El observar a las muchachas mayores, mirar cómo sus rostros sonrientes, rozagantes y bellos se iban apagando como una llama languideciente una vez que contraían matrimonio, hizo mella en el corazón de la chiquilla. Fueron la opresión y la violencia marcada en los cuerpos, en los semblantes, en la salud y el ánimo de las más grandes, incentivos de reflexión para la precoz niña, quien así decidió rehuir a toda costa el casamiento. Supo, todavía tierna su vida, que deseaba y podía tejer otro ser y otro estar para sí.
La propia Teódula se remonta al día de su nacimiento a fin de explicar la perspicaz intuición y la fortaleza que brota desde lo profundo de su ser. Estas cualidades le permitieron, en aquel entonces, rebelarse a la vida esperada para una niña que luego habría de convertirse en mujer: el desposarse ineludiblemente a una edad temprana, la dedicación sumisa al marido y a los hijos, el anteponer el bienestar de todos ellos antes que el de ella misma. Todo esto, envuelto en un ambiente impregnado de alcoholismo masculino, y con él, violencia, golpes y humillaciones. Así pues, recuerda Mamá Teo la tarde de febrero del remoto año de 1928 cuando su mamá fue a lavar la ropa a la laguna, como todas las mujeres de Coatetelco en aquellos tiempos, y hasta ya bien entrado el siglo XX, lo hacían. Doña Margarita Cleto Teodoro, madre de la ahora maestra jubilada, con casi medio cuerpo sumergido dentro de las aguas del estero y mientras tallaba algunas prendas contra la roca que le servía de lavadero, empezó a sentir la intensidad de unos dolores, lo cuales no eran otra cosa sino, el preludio de un feliz suceso: la pequeña Teo estaba pronta a nacer. Dado lo repentino de los síntomas y al parecer, la urgencia de la niña, a Margarita no le dio tiempo ni siquiera de atravesar la tranca que delimita el territorio lacustre (Rodríguez, 2019). Por tal motivo, el alumbramiento ocurrió en la ribera de lo que luego sería uno de los sitios más entrañables para la recién nacida: la laguna de Coatetelco.
La forma en la cual llegó a este mundo es, para Teódula, un signo inequívoco de que ella misma es una tlanchana, una sirena. Hija, sin lugar a dudas, de la mítica imagen femenina quien según los de Coatetelco, habita en el fondo de la laguna. Así, el espíritu indómito, libre, incluso seductor y al mismo tiempo, sensible al dolor y necesidades de su pueblo de la Mujer-Pez cuya morada se encuentra en las profundidades de las aguas, se apoderó de ella desde el instante mismo en que el primer aliento sopló en su ser y lo llenó de vida. Dicho espíritu no es otro, sino, el de la Diosa Cuauhtlitzin, la joven mujer quien al crear la laguna transformándose ella misma en las aguas, salvó a su pueblo perseguido y lo dotó de la fuente de los mantenimientos, principio y esplendor de la Vida del territorio coatetelquense (Alemán Cleto, 2015; Maldonado Jiménez, 2005). Es de ellas, de la tlanchana y de Cuauhtlitzin, de quienes le sobreviene la fuerza y la sabiduría a Teódula.
La potencia simbólica del ginocentrismo coatetelquense
Realizar tal afirmación: que la fortaleza de espíritu, la entereza, el poder en el decidir y el actuar de Teódula provienen de la Mujer-Pez y de la Diosa de Coatetelco, no emerge de una imaginación exaltada –la mía– por lecturas de relatos fantásticos, cuentos de hadas o narraciones protagonizadas por seres que brotan de un mundo mágico. Más bien, la aseveración emana de la conciencia de la potencia simbólica derramada por las figuras míticas a las comunidades donde son reverenciadas, como lo son, el sentido de vida (Solares Altamirano, 2007) y la cohesión comunitaria (Maldonado Jiménez, 2005). Acorde a muchas estudiosas de culturas arcaicas donde se rendía culto a figuras femeninas divinizadas (Gimbutas, 1996; Schaup,1999; Solares Altamirano, 2007; Lugones, 2014) tales como diosas de la fertilidad, señoras del agua, diosas del erotismo, Mujeres Pez, Mujeres Pájaro, la Mujer Maíz o poderosas madres telúricas (Lugones, 2014; Maldonado Jiménez, 2005), las mujeres ocupaban posiciones de gran valía y respeto en la sociedad. Tales potestades, sin embargo, no se manifestaban a través del dominio femenino sobre los hombres ni otros seres, sino, como dice Susanne Schaup, en “dar vida y mantenerla” (1999, p.21). Por eso, la construcción social se realizaba en términos de igualdad y justicia para todos.
Así pues, entretejer las presencias femeninas de la Diosa y la sirena de Coatetelco con la vida de Mamá Teo, quien desde muy pequeña supo construir una vida llena de sentido y propósito atados al bienestar de su comunidad, significa visibilizar su enorme capacidad de ser sensible ante la vida, el dolor y las necesidades de su gente. Esa sensibilidad entretejida de empatía y amor, la ha llevado a ser la mujer sabia, plena y comprometida con la construcción de justicia social para su pueblo, pues también ha sido gestora incansable de satisfactores de necesidades, como lo son la construcción de las escuelas primaria y secundaria, el museo de sitio, el centro de salud, así como la fundación del centro cultural comunitario que hoy lleva su nombre (Alemán Cleto, 2015). Entretejer los espíritus de la Diosa Cuahutlitzin, la tlanchana y Mamá Teo es, asimismo, poner de manifiesto la sabiduría y espiritualidad ancestral que con Teódula Alemán Cleto, se recupera y se reescribe como una donación para las generaciones actuales y futuras de niñas y mujeres de Coatetelco.
Un inesperado colofón
Termino este relato no sin antes mencionar que la maestra nunca se negó a vivenciar nuevas experiencias, sobre todo si ellas implican el deleite de la vida. Durante su juventud tuvo varios novios, de quienes siempre rechazó sus propuestas matrimoniales (Alemán Cleto, 2015). Sin embargo, cumplidos los 50 años aceptó casarse con quien fue su marido. Él era un supervisor escolar jubilado. Como el susodicho tenía ya, en aquel entonces, 80 de edad, Teódula cuenta entre risas y llena de picardía, que sólo se animó porque pensó que siendo él de tan avanzada edad pocos años le duraría. Así y todo, el hombre vivió todavía 14 años, y… ¡A Mamá Teo se le hicieron muchos!
Reflexiones finales
Escribo estas líneas asumiéndome como arquitecta amante de la creación de lugares e investigadora feminista crítica del espacio y el habitar femenino. Ineludiblemente entrelazada a esta identidad está la de una mujer dedicada a forjar una espiritualidad política con miras en la búsqueda de justicia social enraizada en la vida digna de cada ser que habita el planeta. De tal modo que el testimonio de Teódula Alemán Cleto íntimamente atado a su cuerpo-territorio, al paisaje sagrado –el altepetl– de Coatetelco, Morelos y a una mitopoiesis ginocéntrica ancestral, extasía mis sentidos y me muestra que una configuración urbano-arquitectónica gozosamente emancipadora de los cuerpos de mujeres, no sólo es posible, sino una vívida realidad.
Referencias
Alemán Cleto, T. (2015). Coatetelco, pueblo indígena de pescadores. Cuernavaca, Morelos: Gobierno del estado de Morelos.
Fernández Christlieb, F. y García Zambrano, A. J. coord. (2006). Territorialidad y paisaje en el Altepetl del siglo XVI. México: Fondo de Cultura Económica, Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México.
García Zambrano, A.J. y Bernal García, M.E. (2006). El altepetl colonial y sus antecedentes prehispánicos: contexto teórico- historiográfico. En F. Fernández Christlieb y A. J. García Zambrano (Coords.). Territorialidad y paisaje en el altepetl del siglo XVI (pp. 31-101). Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica.
Gimbutas, M. (1996). El lenguaje de la diosa. Madrid: Grupo Editorial Asturiano.
Lugones, M. (2014). Colonialidad y género: hacia un feminismo descolonial. En W. Mignolo (et. al.). Género y descolonialidad (pp. 13-42). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Del Signo.
Maldonado Jiménez, D. (2005). Religiosidad indígena, historia y etnografía. Coatetelco, Morelos. Ciudad de México: Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Moreno, L. (2019). “Mamá Teo” deja el CCC de Coatetelco. La Jornada Morelos,
https://www.lajornadamorelos.com.mx/municipios/2019/09/25/14233
Rodríguez, J. (2019). Mamá Teo, la Tlanchana que enseña letras. Maestra rural que ha dado conocimiento a Coatetelco, La Jornada Morelos, https://lajornadamorelos.com.mx/cultura/2019/05/15/10357
Solares Altamirano, B. (2007). Madre terrible: La Diosa en la religión del México Antiguo. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Antrhopos.
Schaup, S. (1998). Sofía, Aspectos de lo divino femenino. Barcelona:Kairós.
[1] Ma. del Carmen Bustos Garduño estudió la licenciatura en Arquitectura y más tarde la maestría en Ciencias de la Arquitectura en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Durante varios años se ha desempeñado profesionalmente como arquitecta en el despacho que ella misma fundó en 2004 llamado Cariátide Arquitectos. Al tiempo, su espiritualidad política la llevó a realizar un activismo en Teología Feminista de la Liberación a través del cual materializó su compromiso por la búsqueda de la justicia para las mujeres. En 2022 adquirió el grado de Doctora en Estudios Críticos de Género por la Universidad Iberoamericana campus Ciudad de México, siendo la primera titulada del programa de reciente creación y obteniendo Mención Honorifica por su tesis (de la cual emerge el presente artículo) intitulada Erótica callejera y cartografías del deseo: Una exploración a las experiencias de mujeres en las configuraciones espaciales de Coatetelco, Morelos. https://ri.ibero.mx/handle/ibero/6484
[2] De acuerdo con Maldonado (2005), si se atiende a la forma en la que inicialmente (periodo colonial) se escribió el nombre del pueblo, Cuauhtetelco, el significado es “árboles en los montículos de piedra”. Grafía que con el tiempo (siglo XIX) devino en el uso de la raíz cóatl que quiere decir culebra.
[3] A través del decreto número dos mil trescientos cuarenta y dos, publicado en el Órgano del Gobierno del Estado Libre y Soberano del Estado de Morelos, el Periódico Oficial “Tierra y Libertad”, con fecha del 14 de diciembre de 2017, se declaró municipio indígena a Coatetelco. Casi de inmediato, vinieron los sucesivos preceptos donde también se designan como tales a los pueblos de Hueyapan y Xoxocotla.