Literatura. Ensayo.
Elsa Cross
En mi vida tan larga ya, he navegado por muchos ríos: por el Sena y el San Lorenzo, por el Grijalva, el Tajo y el Rhin. He estado en las orillas del río de Seda, en Corea, del Godávari y el Yámuna, en la India; del Aar, en Suiza; también del río de La Plata y del Danubio, del Tíber, el Moldava, el Loire, el Arno, el Elba, el Guadalquivir. Las aguas de cada uno tienen un peso específico, una historia única.
Algunos de estos ríos me seducen por sus amantes y sus suicidas; por sus puentes, sus estatuas o sus castillos; por su oro sumergido o sus rocas en forma de doncella; por los poemas que se han escrito o los cuadros que se han pintado sobre ellos; pero en ninguno he sentido como en el río Ganges la fuerza de una travesía espiritual.
El Ganges tiene también detrás, al igual que los demás ríos, una tradición de mitos, leyendas y literaturas, a la que voy a referirme, aunque lo que más me asombra es que todo su pasado parece seguir vivo allí. Tal vez no hay pasado en la India, pues el asceta que medita hoy a las orillas del Ganges no es distinto del que lo hacía hace cuatro mil años. Y uno siente que las aguas del río están vivas, que tienen conciencia y de hecho dialogan con nosotros.
El río Ganges nace en el cielo y es una diosa. Su nombre es Ganga o Gangadevi, la diosa Ganga. Su corriente celeste forma la Vía Láctea. Pero tiene también una corriente terrestre y otra más, subterránea; de modo que son tres Ganges, y se dice que confluyen en la ciudad sagrada de Kashi o Benares. ¿Cómo bajó Ganga del cielo?
Sagara, rey de Ayodhya y ancestro del príncipe Rama, realizaba una vez el ashvamedha yajña, un rito muy importante que tenía como elemento principal la carrera de un caballo a través de diversas llanuras, que pasaban a ser propiedad del rey. Al final, el caballo era sacrificado. Sagara había realizado ya ese rito 99 veces, y al cumplirse el centésimo sacrificio, el rey ganaría un enorme mérito, según las escrituras.
El dios Indra tenía celos, y temor del poder que pudiera adquirir Sagara; así que para impedir que el sacrificio se fuera a consumar, raptó al caballo y lo envió al inframundo. Sagara (que quiere decir océano) mandó a sus sesenta mil hijos a excavar hasta el inframundo, para recuperar el caballo. Cavaron tanto, que crearon lo que hoy es el lecho del mar; pero perturbaron la meditación del sabio Kapila, famoso por su mal humor, quien se irritó tanto de que hubieran interrumpido su meditación que los maldijo, y por el tremendo poder acumulado de su ascetismo, cayeron fulminados. Los hijos de Sagara quedaron reducidos a cenizas, y habiendo muerto de esa manera tan violenta, sus almas no iban a poder llegar al cielo. Entonces Sagara pidió a Kapila que tuviera compasión y le dijera cómo salvar a sus hijos. Kapila respondió que si Ganga bajara a la tierra, y tocara las cenizas de sus hijos, ellos irían al cielo, finalmente. Pero nadie sabía cómo hacer que la diosa Ganga descendiera.
Pasaron varias generaciones hasta que el rey Baghiratha decidió hacer tapasya o penitencia para lograr ese propósito. Y el poder de su tapasya fue tan tremendo que Ganga accedió bajar al mundo. Era un torrente tan poderoso que habría inundado toda la tierra si el dios Shiva no hubiera aceptado recibir el impacto del río sobre su cabeza. Por eso en su cabeza siempre aparecen un chorro de agua y una carita, que representan a la diosa Ganga.
Ella pensaba que su impacto iba a estremecer a Shiva, probablemente a desbalancearlo; pero Shiva era inmenso, y cuando ella cayó sobre su cabeza, anduvo perdida durante varios años en el laberinto de los rastas enmarañados del dios, hasta que él la dividió en siete corrientes y la dejó fluir, hacia los Himalayas y luego a los valles y las planicies.
Toda la alegría y la fecundidad que trajo Ganga consigo y que volvieron prósperas las tierras circundantes, complacieron a toda la gente, que le elevó templos y la adoró como Gangadevi. A veces la consideran una esposa de Shiva, y narran los celos de Párvati, la consorte de Shiva. Esposa o no, Ganga está asociada indisolublemente a Shiva.
En la tierra, el Ganges nace de un glaciar de los Himalayas, lo que se llama Gangotri, a unos cinco mil metros sobre el nivel del mar, y fluye a lo largo de dos mil quinientos kilómetros por las llanuras del norte de la India hasta desembocar en el Golfo de Bengala. La mayor parte del Delta está en Bangladesh, pero también hay una parte en Kolkata (Calcuta). El Ganges recibe diversos nombres, según los sitios por donde pasa; pero en todas partes es Ganga, el río más sagrado. Hay en sus orillas numerosos santuarios que son lugares de peregrinación, como Rishikesh, Haridwar, que se considera como las puertas del Ganges, Prayag o Allahabad, y la antigua Kashi o Benares o Varanasi.
En Prayag –-que tiene también el nombre árabe de Allahabad– se da la confluencia de tres ríos, por lo que se llama también Triveni. Bañarse allí, en la confluencia de esos tres ríos, es triplemente propicio, pues en la India todos los ríos son sagrados y se veneran como diosas. En Prayag juntan sus aguas el Ganges, el Yámuna –otro río lleno de mitos, que pasa por el Taj Mahal, en Agra, así como por Madhura y Vrindaban–, y un tercer río, el Sarásvati, invisible. Se ha discutido si se trata de una corriente subterránea o de un río que se secó desde hace muchos siglos, dejando sólo la memoria de su confluencia con los otros dos; o si bien, es un río sutil, no físico. Esto puede ser posible en la India, donde lo físico es sólo como la cáscara de la verdadera realidad. En Prayag es donde se celebra cada doce años el Kumbhamela más importante (hay otros en algunos sitios distintos): una festividad religiosa que reúne a una inconcebible cantidad de yoguis, sadhus y ascetas.
Tal vez el mito de los hijos de Sagara explica el hecho de que en la India se considere que quien se baña en el Ganges, bebe sus aguas, o logra que sus cenizas sean depositadas en él, queda limpio de todas sus culpas y se libera. Estas prácticas podrían considerarse similares a la peregrinación que hacen los musulmanes a la Mecca. No obstante, con su idea de la omnipresencia divina, para los hindúes cualquier río puede ser el Ganges; pues la sacralidad del Ganges está en todas partes, e incluso dentro de cada uno.
Así, al otro lado de la India, en la costa malabar, al oeste, se estableció un mito paralelo para hacer corresponder el nacimiento del Ganges con el del río Godavari, que nace en la montaña Brahma o Brahma-giri, en Tryambakéshwar, a unos treinta kilómetros de la ciudad de Nassik, en el estado de Maharashtra. El Godavari es un río muy extraño, pues nace a ochenta kilómetros del Mar Arábigo, pero cruza toda el sur de la India, a lo largo de mil quinientos kilómetros, para ir a desembocar hasta el Golfo de Bengala. Al Godavari a veces también se le llama Ganga, y en sus orillas se celebran los mismos ritos. Se dice que Nassik es el Benares de la India occidental, y tiene también sus ghats, que son los escalones que conducen hasta el agua, así como muchos templos en la orilla; también allí se celebra un Kumbhamela.
Por Benares o Varanasi, pasan constantes peregrinos, y mucha gente mayor o enferma se establece allí para morir en ese lugar y que sus cenizas puedan ser arrojadas al río. Y aunque actualmente, por la industrialización imparable, es un ríos muy contaminados, a pesar de la combinación de sus minerales, que actuaron como purificadores durante mucho tiempo, sigue siendo un río sagrado.
Heinrich Zimmer dice en su libro Mitos y símbolos de la India: “el Ganges es la gracia divina que fluye en forma tangible hasta el mismo umbral de los hombres. Derrama fertilidad en los campos de arroz y pureza en el corazón del devoto que se baña, en su rito matinal diario, en su corriente fructífera.”[1] Y añade más adelante: “El contacto físico con el cuerpo de la diosa Ganga tiene el efecto mágico de transformar automáticamente la naturaleza del devoto. Como por un proceso alquímico de purificación y transmutación se sublima el metal básico de su naturaleza terrena; se convierte en una personificación de la esencia divina del reino más alto.”[2]
Cada uno de los lugares por donde pasa el Ganges es el lugar de un mito. En Haridwar una piedra muestra las huellas del dios Vishnu, y allí es donde se piensa que estaban las cenizas de los hijos de Sagara; en Mayapuri, una población cercana a Haridwar, hay un pequeño templo donde, según la leyenda, se llevó a cabo el sacrificio de Daksha y murió Sati, la primera esposa de Shiva. Y hay tantos otros mitos que sería inacabable siquiera mencionarlos todos; pero hay uno que no se refiere sólo al lugar físico del río, sino a la propia diosa Ganga. Este mito es especialmente interesante, pues es el comienzo de la gran epopeya hindú, el Mahābhārata. Lo refiero a continuación.
Shántanu, rey de Hastinapura, paseaba una vez a orillas del Ganges y encontró a una mujer de belleza extraordinaria, de la que se enamoró de inmediato. Le pidió que se casara con él, y ella accedió con una condición: que nunca le preguntara nada ni se opusiera a ninguna cosa que ella quisiera hacer, fuera buena o mala. El rey accedió y se casaron.
Tuvieron siete hijos, pero en cuanto nacían ella los arrojaba al Ganges. El rey estaba desesperado, pero no se atrevía a preguntarle nada. Finalmente, cuando nació el octavo niño, él no pudo resistir más y la detuvo, diciéndole lo despiadada que era. Ella le reveló su identidad. Le dijo que era la diosa Ganga y que, puesto que él había roto su promesa, ella tendría ahora que regresar al cielo. Añadió que esas terribles acciones tenían un propósito, los ocho niños eran en realidad los Vasus, dioses que a consecuencia de una maldición del sabio Vasishtha habían sido obligados a nacer en el mundo. Conmovido por sus súplicas, Vasishtha había accedido a que Ganga los diera a luz y los arrojara a sus aguas para irlos liberando de ese modo. Al octavo niño, que acababa de nacer, no le daría muerte, pero se lo llevaría consigo. Lo regresaría después., cuando hubiera crecido.
Ganga tomó al niño y se fue volando hacia el cielo o desapareció. El niño volvió a los dieciséis años, y llegó a ser Bhīshma, que es una de las figuras más importantes del Mahābhārata. Todo lo que se desencadena a partir de este acontecimiento es fascinante, pero me temo que un poco largo, pues el relato de la epopeya, que lleva al lector de una sorpresa a otra, abarca seis generaciones.
Lo que se hace evidente también en este relato, es el papel liberador de Ganga. Aunque ciertamente es muy brutal la expresión de la forma en que libera a los Vasus, habría que atender al carácter simbólico del hecho. Es similar, por otra parte, a lo que ocurre en el otro mito al que me referí. Tanto los hijos de Sagara, vueltos cenizas, como los ocho Vasus, encarnados en una forma humana, pueden liberarse gracias a Ganga.
La idea de la liberación fue sustituyendo a la del cielo, que predominaba en los Vedas. En las partes más antiguas de estos libros sagrados, se hablaba de que al morir quienes hubieran cumplido con sus deberes y hubieran realizado los rituales de sacrificio prescritos, irían a la morada del cielo o a la morada de los ancestros. No obstante, ya para las Upanishads, que constituyen la parte final de los Vedas, no se habla del cielo sino de la liberación.
¿Esto qué significa? Significa quedar libres del sufrimiento, de la ignorancia, de toda atadura; pero fundamentalmente, es romper con el ciclo inacabable de nacimiento, muerte y reencarnación, que puede repetirse sin cesar hasta que esa liberación se alcance. Al liberarse, el ser humano recupera su identidad original, que es una identidad divina, perfecta y plena.
Ganga comparte con Shiva o recibe de él esta función liberadora; ésa es la función de un Guru y la razón por la cual los shivaítas consideran a Shiva como el Guru primordial. Shiva, como Ganga, destruye el sufrimiento y el pecado. Es un dios destructor: destruye el mal. Sin eso, la liberación sería imposible. Conduce al estado supremo, un estado que está más allá de sí mismo, o de la identidad particular de cualquier dios, pues en la India existe la creencia de que los diversos dioses son sólo distintas formas y nombres del Absoluto primordial, que trasciende cualquier nombre, forma y atributo. La liberación es fundirse con ese principio absoluto. Tenemos aquí un monoteísmo disfrazado en las incontables máscaras de los muchos dioses, que a veces sólo son personificación de los atributos divinos de ese dios que es uno, ekam.
Entre febrero y marzo se celebra en toda la India la noche de Shiva, Shivaratri, que es una fiesta muy grande en la que se canta durante toda la noche el nombre de Shiva, conmemorando también un episodio mítico.
Una vez tuve a mi cargo un trabajo de traducción, la de un himno dedicado a Shiva, el Rudram, que pertenece al Yajur Veda. El proyecto había surgido de una manera intempestiva y la traducción, corrección, pruebas de imprenta y negativos tenían que estar listos como en cinco días. Me puse a trabajar en medio de una gripe tremenda, con mucha fiebre. Y la traducción era febril también. Repasé todo el texto muchísimas veces, a lo largo del proceso. En el último día de trabajo, una amiga a quien no había visto desde hacía varios años me llamó para preguntarme: “¿Qué has estado haciendo? Te soñé anoche y tenías todo el cuerpo cubierto de unas letras muy raras, como sánscrito, y toda tú eras como un texto.”
Me asombró muchísimo el sueño de esa amiga, sobre todo por una cosa: yo no estaba traduciendo del sánscrito, que conozco muy poco, sino del inglés. De lo que sí estaba segura era de haberme compenetrado mucho con el contenido del texto. Ese himno aprendí a recitarlo en la India, en sánscrito, aunque no entendía el significado; y ahora que trabaja a fondo en la traducción, se me iban revelando aspectos extraordinarios.
Finalmente, terminé todo el trabajo en la fecha señalada; seguía enferma, pero me sentía muy bien. Pensaba que haber trabajado en esa traducción era un gran regalo. Al día siguiente era Shivaratri y era mi cumpleaños. Cuando abrí los ojos y quise levantarme para meditar, me di cuenta de que estaba ya en meditación. No sé si fue una experiencia de meditación, o un efecto de la fiebre que había tenido, o si era el poder del himno a Shiva, pero de pronto me sentí como si fuera navegando o fluyendo por un río. Sentía ese fluir, me deslizaba sin moverme de donde estaba, y de pronto vi que yo era el río. Dentro de mi cuerpo estaba el Ganges completo; veía los templos y las ofrendas; oía cantos y mantras; sentía gotas de agua cayendo sobre miles de shivalingas, las imágenes abstractas de Shiva, que es una forma de culto. Yo desaparecía en todo eso. Sólo quedaba la pulsación de un mantra y la visión interior de una luz.
Después de esta experiencia entendí porque en la India se dice: Todos los mantras y todos los lugares sagrados están dentro de ti.
[1] p. 111
[2] p. 112