Hace algún par de meses, trabajando con un paciente en la “clínica de adicciones”, en Cuernavaca, Morelos, pensaba en las fracturas que representan algunos métodos de intervención “psi” , de “higiene y salud mental“, y como es bien sabido, hacer la evaluación diagnóstica en este tipo de centros es de carácter urgente y de suma importancia, no tanto porque interese otorgarle un lugar al sujeto, más bien, la urgencia radica en una demanda institucional que exige un saber médico, para aplicar métodos de uniformización, que sostendrán el modelo “científico” y “farmacológico”.

“Trastorno bipolar” o “depresión” palabras muy comunes en el área de salud mental, este fue el diagnóstico que los médicos debatían para aquel “usuario” que me habían asignado como paciente en aquella clínica residencial.
Hoy se habla de la depresión como una epidemia del siglo XXI, pero aún quedan interrogantes y la sensación de estar hablando de temas completamente diferentes, ¿qué es la melancolía?, ¿un estado?, ¿un rasgo?, ¿un lugar?, ¿una patología?, ¿una manera de posicionarse frente a la falta?
Hablar de tristeza, depresión y melancolía, son términos que hoy en día se toman como sinónimos, pero que en definitiva tiene sus variaciones, así como la relación que hay entre la melancolía y la locura, pero que se requiere de ciertas sutilezas para no encasillarlas en una clasificación de manual. Dufourmantelle (2015), en su texto “el elogio del riesgo” menciona algo que refiere a la tristeza: “La tristeza no tiene espesor propio ni eco. Delimita un espacio interior borroso, irrazonable, donde uno se queda al borde de las lágrimas, pero con una sensación algodonosa de extrañeza de sí mismo, como una pena de amor de la que uno hubiera súbitamente perdido el sentido mas no la nostalgia. Se cree que la tristeza es improductiva y por ello se le condena”. Estar triste es algo que está negado, se ha convertido en un no derecho y que se obturan frente al imperativo “sé feliz”.
La problemática de nuestra era postmoderna, vuelve a replantearse en la relación capitalista–médica, con la aparición de las empresas farmacéuticas y la perversa manera de utilizar está condición de “bienestar y enfermedad” a partir del famoso y cada día más frecuente diagnóstico de la “depresión”, situación que es muy conveniente para la industria farmacéutica al intentar normativizar los síntomas, dejando en el exilio a la subjetividad, poniendo énfasis en las implicaciones de dependencia al medicamento y vendernos la idea de que la “depresión” tendría que ver principalmente con la medicación en dosis adecuadas a los pacientes.
También pensar lo enfermo tiene sus tintes de lo anormal, esta desviación implicaría lo no correcto, la desviación, el exilio en los propios cuerpos medicalizados. En la antigüedad; la melancolía ya implicaba el uso de métodos aversivos, brebajes o sustancias como el eléboro, hoy tenemos a la industria farmacéutica creando cada día nuevas dosis que permitan sobremedicar a un paciente, a cambio de callar el síntoma.
De exilio y fracturas son los casos de los usuarios que llegan a las “clínicas residenciales” y de lo último que se quiere saber, es precisamente del malestar que tiene un sujeto. Dar lugar a ese lamento que manifiesta el melancólico, es otra forma de abordar lo acontecido desde el dolor y lo perdido, que a su vez tiene estatuto de una verdad, es fundamental desenmarcarse de las propuestas de “tratamientos generales” y tomar otras posturas frente a la voracidad de los discursos uniformados.
Bibliografía:
- Dufourmantelle, A., (2015). Elogio del riesgo. México. Paradiso editores.
- Leader, D. (2014.) La moda negra: Duelo, melancolía y depresión. Editorial Sexto Piso.