El perfecto vientre cuadriculado en el quirófano, las zapatillas que comienzan por elevarse del tacón francés a un tacón de putilandia desde donde domina el mundo, más alta de lo que es, todo eso se desploma cuando sale de la visión a cuadro en el video de cuarenta y siete segundos que ha subido a Tik Tok y a Tinder antes de entrar al restaurant. Ahora juega en el campo de la realidad, de lo concreto. Debe someterse al escrutinio. Primero de la luz solar en esta tarde de cuarenta grados y contando, luego de las miradas de los pequeños cerebros que beben cerveza con sus cocteles de camarón. Fijas, vidriosas, desnudadoras. ¡Aaaah!… Siente el bálsamo de la admiración, el piso firme de una dreamer & influencer que cuenta dinero y likes. Ser dreamer & influencer no es ser youtuber, esa cosa de locutores frustrados, sino una estrella que se hace a sí misma. Triunfar ya no es oler a perfume de violetas mientras se hojea una revista de vestidos de novia ¡aaaaaagh! Triunfar es… ¡lo estás viendo! Estas caderas protuberantes que al chocar con ellas te dislocas, y los globos del pecho que crecen como si el oxígeno hubiera mutado al helio, y crecen también las nalgas que apenas entran en la silla donde está sentada… Baby, the people connection is eve-ry-thing… La ola profunda de las pestañas bañadas con khol de ochenta dólares la dosis –darling, María Félix las usaba de pelos de cerdos, ¡this is Armani at less!–, las manos sedosas sebosas donde una mosca jugaría como una pequeña criatura en la resbaladilla de los juegos infantiles gracias a una crema deep silk que embalsama los brazos, el dorso de sus manos. ¡Las uñas!… plásticas malévolas frívolas elásticas y lánguidas como una esdrújula, tan decoradas que dio para tres tik toks de cinco mil trescientos likes each cada uno darling, combinados con una plastita de maquillaje en el contorno de los ojos, en la comisura de los labios, en los pómulos, en las mejillas, hacia las orejas, ¡detrás de las orejas! Y el pelo… teñido color caramelo encopetado, un contrapunto de las uñas esdrújulas, claro, con un pelo esdrújulo. Ahora está en el restaurant, con amigos y amigas bebedoras de bulla y otras aguas de vida, llega sola porque es lo chic, tan independiente. No vive sola y depende del sistema de proveedores Family Inc., para que valga la pena abrir el refri, pero en la calle es independiente. La figura da para llamar la atención: tienen allí a una modelo darling, jódanse esas dos que pasan y la ven como bicho raro, al golpe de vista obnubila con esa máscara sobre su personae: una le dice a la otra Veéssta madre ya me asustó mana parece una drag queen. Todo eso se viene abajo en un instante cuando abre la boca para morder el pedazo de tortilla al mojo de ajo rellena de queso con camarones que ha atrapado con un par de sus uñas esdrújulas usándola de tenedor. Luego lo mastica como un chicle mientras otra de sus uñas de la mano libre consulta los likes en el tik tok que subió antes de entrar al restaurant. Enseguida le dice algo a uno de los pequeños cerebros, un masculino que tiene la intención de llevársela en sus dos camionetas a ver algo en Cinépolis. Le dice algo y se ríe con él… con el chicle de queso que es otra lengua en la boca.
Nothing abnormal, darling. Dos días antes estaba en otro antro, con otro pequeño cerebro que pensaba que cabían muy bien los dos en sus tres camionetas de su mamá, o de su tío, o de… mejor no ir a investigar. Lo que hizo que ella pensara que era un gran cerebro, y el pequeño cerebro para demostrar que en efecto era un gran cerebro pidió una botella The Macallan de 30 años… nadie en la mesa había oído hablar de The Macallan ¡tómala papá!… Pero Miss Esdrújula se sintió mal después del primer chorrito on the rocks, y mal, y mareos, y mal, y dijo que esa madre era una porquería. Anunció que iba al toilette, dijo esa palabra con su american accent y no con el acento francés como debe pronunciarse: toalét… Darling today no one studies languages anymore because of Google, querido, hoy ya nadie estudia idiomas por culpa de Google. Al toilette fue a vomitar. Y con la misma regresó a la mesa por las tres camionetas, sonriente, relajada y conspirando en su mente alejarse del The Macallan de 30 años pero acercarse a Pequeño Cerebro de veinticuatro, la misma edad de ella. Se sentó sonriente, dejó que la plática de la mesa la inundara un poco para materializarla con su pelo esdrújulo, sus uñas esdrújulas, y pasó al acto: jaló a Pequeño Cerebro y lo besó… ¡gástricamente!… ¡apasionadamente!… ¡en la booca!
Ni esa noche ni en el restaurant con el chicle de queso concretó nada. Todos les alabaron su éxito en Tik Tok y en Tinder, los dos Pequeños Cerebros quedaron encantados de tenerla en su mesa, pero ahora tenían que ir a vivir otras emociones digitales, la robot sexi de Elon Musk por ejemplo. A ella se le hicieron dos nudos en el estómago, es decir, la noche anterior y esa tarde. Pensó que algo estaba fallando en Tik Tok, algo en la cantidad de likes. No podía ser que Pequeño Cerebro de noche y Pequeño Cerebro de tarde la dejaran botada como si no fuera una influencer con un éxito total, contundente, innegable ¡¡¡R E A L!!!
Si hubiera leído a Marshall MacLuhan se hubiera dado cuenta que la falla no estaba en las redes sociales sino en su sistema nervioso central. MacLuhan, el conocido teórico de los medios de comunicación que profetizó la “aldea global”, la expresión ahora famosa. Este autor explicó algo muy interesante hace varias décadas: su teoría de que la televisión, que llamaba una “tecnología eléctrica”, afectaba al sistema nervioso central de las personas y cambiaban “las formas de experiencia, de perspectiva mental, y de expresión”. La tesis de su libro Galaxia Gutenberg es que esas formas han sido alteradas en dos grandes momentos de la humanidad: con el sonido fonético y por la imprenta. A partir de la imprenta MacLuhan identifica que en nuestra era y en su época –años cincuenta y sesenta del siglo xx–, ese medio de comunicación ha sido extendido a otros medios como el teléfono, la radio y la televisión. MacLuhan escribió todo esto en los años sesenta del siglo xx, y la llamó la era eléctrica, en donde “el problema de vernos confrontados por una tecnología eléctrica que parece dejar anticuado al individualismo y hacer obligada la interdependencia corporativa.” A pesar de que sólo conocía la “tecnología eléctrica”, las teorías de MacLuhan sobre la comunicación fueron muy avanzadas y pueden considerarse válidas para explicar totalmente la era digital que vivimos y que sustituyó a la era eléctrica. Sólo que el internet supera en potencia cultural, social, económica y comunicativa a la televisión, a la radio y al teléfono juntos. MacLuhan también es famoso por otra tesis que concentró en un aforismo que es casi una adivinanza –o lo era en su tiempo: el medio es el mensaje. Todos estaremos de acuerdo a que en ese concepto cabe toda la potencia del internet. Pero volvamos a su teoría sobre el sistema nervioso central. En los años sesenta, cuando popularizó esta idea no tenía mucha base científica. Se le aceptaba como una teoría de la comunicación, no una teoría neurológica. La deducción de MacLuhan –porque en realidad es una deducción más que una teoría– provino no de la era eléctrica sino precisamente de cómo el segundo momento más importante de la humanidad, el desarrollo de la imprenta, había alterado no sólo la cultura y su acceso, sino todo el concepto de civilización. Esto incluyó los reflejos intelectuales, la percepción de la realidad pero también el interior del ser. En nuestros días la afirmación de MacLuhan sobre la afectación de los medios de comunicación sobre el sistema nervioso central de las personas ante los efectos del contenido del internet, como las redes sociales, son ya verdades estudiadas en casi todos las áreas de estudio empíricas y científicas: la civilización se está deshaciendo desde el interior de cada uno de nosotros: culturalmente, socialmente, biológicamente, neurológicamente.
Miss Esdrújula tiene la confusión de que los influencers y sus seguidores desempeñan un rol en nuestras sociedades. Esa confusión consiste en que considera escala de valores a algo que en realidad es una escala de antivalores. El rasgo común es que todos están contra la transcendencia, ese deseo moral y social con que la voluntad de cada mente y cada esprit busca realizarse y contribuir a la civilización. La nueva sociedad de falsos soñadores vive en una fantasía donde la banalidad y el ego desmantelan la inteligencia emocional de cada persona. Así llegan al peligroso punto de escapar a la exigencia del sentido, y una vez allí son presas de la velocidad de la ignorancia que es más rápida que la velocidad de la inteligencia pues “se llega rápidamente a cualquier parte, especialmente a las conclusiones”, como dice Alejandro Dolina. Y en la vida diaria, en el desahogo de las actividades más pequeñas como organizar su agenda de actividades, considerar sus responsabilidades y sus obligaciones desde el sentido común, tender su cama, ordenar su casa, domesticar la soberbia, la autocomplacencia y la ignorancia a lo que es propenso el instinto, se dejan gobernar por la prerealización, la sobrerealización y la contrarealización. Es la división de poderes de la estupidez de la generación contemporánea. Es decir, el suponer y dar por sentado que todo les es deparado por méritos que son inexistentes. Considerar que al mínimo esfuerzo, o a veces, por su sola presencia o existencia en un lugar y tiempo determinado ya tienen ganado lo que normalmente toma años o toda una vida. Y finalmente, la insurgencia contra todo lo que se presenta en el mundo y en la realidad para contribuir a su éxito. En la vida, por ejemplo, los de más edad siempre están dispuestos a ayudar a los más jóvenes a conquistar sus colinas. Pero en las sociedades actuales esos jóvenes detestan esas oportunidades porque los enfrenta a un escenario fuera de lo que su confusión ha creado en sus mentes, fuera de las realidades alternas que el mundo digital contribuye a formar diariamente. No sólo se oponen a recibir los impulsos de los que ya están en las colinas sino que son capaces de poner en marcha verdaderas insurgencias sin ética y sin criterio para derrumbar a los que les ofrecen esos impulsos. Es la confusión de los falsos soñadores que se han quedado sin inteligencia emocional y actúan como una compañía nacional y transnacional en todas las sociedades. Tienen los mismos rasgos psicosociales, las mismas políticas conductuales, el mismo interés de vender sus etiquetas confusas, la misma ignorancia de la fatalidad del tiempo. No creen en el tiempo sino en una realidad virtual. Eso los lleva a lo más salvaje del people connection: el colapso del sentido, liquidación del sentido común, la razón cínica, la cultura del cinismo. Simplemente es una fase perversamente sofisticada de lo que MacLuhan observó sobre los efectos de la era eléctrica: la afectación del sistema nervioso central, que en nuestra época llamamos elegantemente, peyorativamente, inteligencia emocional.
Por eso Miss Esdrújula se pregunta qué es lo que está fallando en sus redes sociales y por qué Pequeño cerebro decide ir a buscar felicidad en el mundo digital. Miss Esdrújula ha cumplido con toda la agenda del people connection digital. El problema es que las realidades alternas no son la realidad real como decía Hegel.
El sistema nervioso central de Miss Esdrújula se ha desarrollado con impulsos eléctricos peligrosos que vienen de un mundo que también es un sistema pero no es nervioso como es el sistema digital. El resultado es un cuadro sociópata en el sentido de que no hay reacciones ante el drama, tragedia o comedia de los otros. Hay una concentración patológica en que el mundo sea efectivo con sus planes. La vía tradicional para alcanzarlos, el éxito académico, la eficacia profesional, la valoración del sentido intelectual, son parte de un mundo enemigo que hay que destruir. La formación, la disciplina tal como la conocíamos, la universidad, la escuela, la lectura, la discusión, la formación del criterio, la conciencia social, la conciencia histórica, la reflexión sobre las coyunturas y las circunstancias de la vida de los acontecimientos en la sociedad y en la política, en la educación y en la filosofía, la percepción misma de la humanidad, de las otras personas (hoy nadie sabe cómo conocer al otro), la vastedad de la inconsciencia (pensar y confiar incluso en los escenarios más adversos y previsibles donde el instinto normalmente no nos llevaba), no es necesaria para Miss Esdrújula y Pequeño cerebro, es inútil, es contraproducente, indeseable: es el enemigo. Porque eso es precisamente la exigencia del sentido: exige pensar, exige sentir, exige razonar, exige percibir, exige ser humano.
Los miembros de Contra la Trascendencia Company conceptualizan una inteligencia emocional deficiente. No solo deficiente sino ambiciosa de querer convertir la realidad que por definición considera adversa a la realidad virtual que se hace con todos esos elementos digitales. Uno de los primeros rasgos es exigir que los de su alrededor cambien para ajustarse a lo que ellos desean. Están seguros que son ellos los que tienen que adaptarse a su forma de vivir y concebir el mundo, a su ego, a sus caprichos o a sus aspiraciones –que conceptualmente no son claras, y tampoco reales, porque posiblemente muchas de ellas no son posibles en la realidad que viven, o en la realidad que Miss Esdrújula y su entorno pueden producir. Cuando eso no puede suceder Miss Esdrújula le romperá en la cabeza la botella de The Macallan a Pequeño cerebro: la violencia es la solución final para el sometimiento y la demostración de que, apoyada con este método, esa persona es una triunfadora. Miss Esdrújula padece el síndrome de los militares que no pueden tener una visión ni una experiencia de la vida civil porque sus mentes han sido formateadas para considerar que cualquier cosa que se mueva es un enemigo potencial en posición de ataque. Miss Esdrújula alcanza un grado de disfuncionalidad tal que ya no le es posible observar en su propia persona los modales correctos, el lenguaje apropiado, la noción del tiempo y de los tiempos sociales, sentimentales, emocionales tan importantes para la reducción de incertidumbre y errores de vida que pueden costarle caro a una persona. También está lejos del sentido de lo idóneo, del sentido de la apreciación donde dos personas unidas por un sentimiento buscan hacer feliz al otro –algo que siempre ha sido complejo ahora es casi inalcanzable– y lo que le da sentido a la vida: las pasiones artísticas como la pintura, la música, la poesía, la literatura, la escultura, la danza, o el arte de un deporte como el ajedrez o la gimnasia. Todo eso ya no puede tener lugar en su mente y en el mandamás de su mente que es el sistema nervioso central con su correlativa inteligencia emocional. Porque Miss Esdrújula y Pequeño cerebro no tienen pensamientos, tienen obsesiones. No planean, traman. ¿Y cuáles son sus obsesiones, qué es lo que traman? Hacerse cirugías y presentarlas como un éxito en las redes, con seguimiento de su recuperación, pero también de cada instante de sus vidas, de sus opiniones que no tienen forma ni fondo. Ser alquimista que convierten en verdad el engaño de pensar que son líderes de opinión, gente de influencia. Se han inventado el oficio de influencers. Pero los influencer son como los futbolistas, no aportan nada a la sociedad. Lo que hacen es una operación sencilla de manipulación para mentes débiles. Eso no puede llamarse influencia en el sentido de dirección para la evolución. Influencer no es un oficio que defina a un líder de opinión en el sentido de lo que somos como civilización y cultura. Influir es inspirar, transmitir, contribuir a crear. Nada de eso existe tras la propaganda, el verdadero oficio del influencer.
El sistema nervioso central genera pensamientos extraordinarios, pensamientos mediocres o pensamientos anodinos. También es más concreto. Genera comportamientos, los mejora o los arruina. Una vez arruinados se requiere que Miss Esdrújula y Pequeño cerebro primero tomen conciencia y enseguida tengan la asistencia correcta. Dos cosas simples pero muy duras de lograr por la armonización requerida. Y mientras tanto el impacto en la sociedad se va consolidando.
Miss Esdrújula y Pequeño cerebro han ido consolidando en nuestras sociedades una clase media lumpen, con un estilo citadino lumpen: la manera de comer descuidada, la manera de hablar despojada de sutilezas idiomáticas, la segregación del bon chic bon genre yla apologíade la vulgaridad, junto al desinterés por la armonía lingüística. Son ajenos particularmente –y el lenguaje es nuestra casa como dice Georges Steiner– a la proliferación de tournures, giros idiomáticos sensibles y elegantes en la vida diaria. Al contrario, esa clase media lumpen y disfuncional se siente cómoda al distorsionar el lenguaje, las actitudes, la percepción. Es como si no tuvieran acceso a una formación, a información y a experiencias. Como si no tuvieran acceso a la noción de transcendencia que, desde que nacemos, nos sigue como un aura mientras vamos siendo nosotros mismos. En realidad se trata de su disfuncionalidad para la transcendencia.
Sentimos que el arte le da sentido a la vida porque le da sentido al sistema nervioso central y a nuestra inteligencia emocional. La sociedad lumpen que forman las personas como Miss Esdrújula y Pequeño cerebro aceptan como arte exactamente lo contrario del arte. Viven un colapso del sentido, una liquidación del sentido común. Han reducido la idea del arte a algunas expresiones artísticas básicas como las canciones onomatopéyicas o de monosílabos y la estética de la vulgaridad. Incluso el arte de la canción la identifican con la vida y andanzas del intérprete, en general una persona sin talento y sin sentir del arte del canto. Eso encaja muy bien con la belleza prefabricada, la despersonalización y la realidad alterna que constituyen su modus vivendi.
Miss Esdrújula y Pequeño cerebro tampoco conciben trabajar. Es una consecuencia del rechazo a la formación, a forjarse. No necesitan saberse alguien o lo que es importante, cuestionarse sobre qué tipo de alguien son y quieren ser, porque han superado el vacío del ser y eso los llevará más adelante, ineluctablemente, al Gran Vacío. Es un tema que no les produce guerras civiles en sus mentes como es lo habitual en el ser humano. Hay una gama muy amplia de personalidades virtuales con las que pueden identificarse y simplemente adoptarlas, vivir plenamente identificados y conscientes de que son esos otros,que tampoco existen pero que para que ellos tienen vida. El asunto de forjarse una personalidad y un lugar en la vida misma es el centro de la vida de una persona porque ello pasa por registros no solamente profesionales sino emocionales, sociales, económicos y psicológicos. Es la estación de llegada de la inteligencia emocional y del sistema nervioso central. Lo que buscan Miss Esdrújula y Pequeño cerebro es producirse en vez de forjarse. Y producirse no exige el sentido del trabajo, que es lo que dignifica y mantiene al sistema nervioso central en acción y en correspondencia con el sistema nervioso de la sociedad. Es una de las confusiones centrales de estos falsos soñadores. Lo que interesa es estar abonado a todas las redes sociales y plataformas digitales que hacen la vida. Estar al día en esto es tener una vida hecha según Miss Esdrújula y Pequeño cerebro. Pero es una vida que escapa a la productividad y a la realización, y se regodea probando a cada click, a cada moneda ganada como influencer, el pretendido fin del saber.
Hay consecuencias fatales para nuestra civilización. Algunas de ellas es que Miss Esdrújula y Pequeño cerebro sufren la falta de indignación, la falta de pasión, y la amnesia política, de la dignidad humana, de los derechos humanos. En su lugar se desarrolla el avance y el ataque de los bajos instintos, la tiranía de los bajos instintos. ¿Qué queda de nuestra civilización?
Lo que queda de los falsos soñadores, lo que hay frente a ellos son las pasiones de los malvados y el conformismo de los buenos, como escribió Yeats: The best lack all conviction, while the worst / Are full of passionate intensity (Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores / Están llenos de intensidad apasionada.) La pasión de los canallas está asentada en varios cambios profundos en nuestra civilización, que no son nuevos, pero que ahora son lo políticamente correcto: el top del sentido es el sinsentido, como volver ley caprichos contranatura o anteponer fallas técnicas judiciales como derechos humanos de criminales. En otros tiempos lo correcto fue la cordura, la lógica, la poesía, y la transcendencia. La transcendencia incluía ser poseedor de una sensibilidad, de un esprit.
Y las consecuencias producen deterioros que juegan contra los intereses mismos de nuestras sociedades. No hay movimientos, ni movilizaciones, ni capacidad de indignación, no hay protestas, o se han reducido a manifestaciones en casos extremos, cuando el daño está hecho. Miss Esdrújula y Pequeño cerebro viven para el egocentrismo, la vanagloria, la aspiración ilusoria de ser el centro de atención y renovar ad aeternam los quince minutos de fama que permiten las redes sociales. También viven para el reino de las patologías que ahora se presentan como atributos. Esos “atributos» generalmente lo que perfilan son agresores y desentendidos de lo humano. La vergüenza, la intimidad, el pudor, ya no forman parte de la personalidad, no forman parte del concepto de mundo y vida de Miss Esdrújula y Pequeño cerebro. Incluso los conceptos filosóficos que dan sentido a la civilización moderna como la igualdad han sido despojados de su sentido. Hay más desigualdad en los hechos mientras el mundo está plagado de congresos y coloquios sobre la igualdad. Hay más violaciones de derechos humanos mientras las librerías, las redes sociales y los programas universitarios están saturados de libros, podcasts, congresos y carreras profesionales sobre derechos humanos.
La vulgaridad del lenguaje es uno de los cotos de la igualdad de los falsos soñadores. Hombres y mujeres se libran al placer lingüístico de lo soez, de la misma manera y profundidad que antes se libraba una persona al placer de hablar idiomas delicados como el francés y el italiano, el inglés británico y el latín. A esto le sigue la agenda de no hacer nada y creer que merecen todo. Ese todo, particularmente, lo encapsulan en un concepto: el respeto. Los falsos soñadores exigen permanentemente respeto a… las cosas que hacen que no merecen respeto. Pero exigen respeto a sus necedades, a sus exabruptos, a lo que piensan que piensan, a sus ideas sobre la banalización de la filosofía de vida que es necesaria para vivir en sociedad. Respeto, respeto, respeto. Han invertido el asunto. Menosprecian lo que merece respeto –el afán de transcendencia, la ecuanimidad, la exigencia del sentido– y ponderan aquello que no lo merece –la gloria fácil, la mezquindad, la mala fe, la pusilanimidad. Esta miseria toca fondo cuando vemos que los políticos, en su voracidad por los votos electorales, han legitimado ese programa de la Sociedad contra la Trascendencia Company asentando esos sinsentidos como derechos en las leyes.
Hay un concierto de miserias que es la amalgama de la vida diaria: la miseria humana, la miseria intelectual, la miseria espiritual. Desde luego esto origina fracasados. Debemos considerar que el fracaso no es un concepto de la economía o de las finanzas. Miss Esdrújula gana mucho dinero como influencer en las redes sociales. Pequeño cerebro no trabaja pero sus padres sí y lo adoran o le temen, y por lo pronto tampoco tiene preocupaciones económicas. Y sin embargo… no quieren estar un momento del día solos. Porque la mente o quien la gobierna, el sistema nervioso central, es implacable… El fracaso… Una sensación de vastedad como impostor… Sensación de segregación con algo de náusea… Invisibilidad… Invisibilidad… Imbecilidad.
El fracasado tiene el fracaso en su mente pero también en su cuerpo: no se alimenta bien y todas sus furias y actuaciones de las patologías les produce problemas en el sistema biológico, problemas clínicos. Además, “el asesino está en la mente”. Pequeño cerebro caerá joven por un infarto, un problema renal, una aterosclerosis Acumulación de grasas, colesterol y otras sustancias en las paredes de las arterias. Acumulación de la placa de ateroma en las paredes de las arterias que ocasiona la obstrucción de la irrigación sanguínea. Las placas pueden desprenderse y provocar la oclusión aguda de la arteria mediante un coágulo. A menudo, la aterosclerosis no presenta síntomas, hasta que la placa se desprende o la acumulación es lo suficientemente grave como para obstruir la irrigación sanguínea. Pequeño cerebro se asusta, toma un sorbo de The Macallan, y cliquea en su celular para cambiar a una canción de corridos tumbados, esa forma de llamarle a la manifestación de los bajos instintos. Mientras tanto, Miss Esdrújula también ha cliqueando en su celular, y algo diabólico ha de estar sucediendo porque en vez de la aplicación para sacar cita para sus uñas se abrió un página de citas… de libros. Antes de salirse alcanza a leer una frase de Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante: Baby aquí serás una modelo pero en New York o en L. A. serías una call girl.

[1] Antonio Messtre ha publicado los libros de poemas Intemperies (Fondo de Cultura Económica), Historia natural del olvido (UNAM, Col. El Ala de tigre), y el libro de cuentos El Cardenal salió a comer y sus amantes perdieron la fe más dulce (Gatsby ediciones).