Parcela Blanca, poemas de Kenia Cano y texto de sala de Pura López Colomé

Texto de sala
No resulta extraño que Kenia Cano defina con el color blanco esta parte (parcela) de su obra, la más reciente, la más profunda: la luz, la espiritualidad, la reflexión, la paz, tan decididamente asociadas a este color, conducen el viaje al interior de sus preocupaciones y cuestionamientos, al interior de la persona que indaga plástica y verbalmente, volteándose al revés para mostrarnos una íntima y humana sala de museo: utilizando los cinco sentidos, se presenta cual curadora o curandera, quien esparce las semillas de sus visiones en el terreno-cum-exposición temporal de una vida en este mundo; y quien a fin de cuentas se atreve a compartir con el lector su colección privada. Su poesía siempre ha mostrado una relación significativa con la pintura, ese otro arte que practica con igual destreza. La historia del arte rebosa poemas escritos en homenaje a ciertas obras plásticas o visuales, así como pintura, escultura, danza, música inspiradas en poemas. Sin embargo, es difícil que una de estas realizaciones no se subordine a la otra: prueba de lo anterior es la música casi siempre por encima del poema de los Lieder del romanticismo alemán. Muy otro se revela el caso de Parcela blanca, un libro específicamente de poemas, si acaso alusivos o enaltecedores de las imágenes visuales con las que dialoga, donde la acción poética en sentido amplio se manifiesta en la palabra inserta en cada criatura, gracias, diríase, a una voluntad doble en eco interminable que emerge con un lenguaje propio, con el ya inconfundible estilo de la autora.

Un poema basado puramente en las emociones no se sostiene, se desmorona en sentimientos fugaces: para que presente la penetración decisiva que nos relacione unos con otros, no sólo poniéndonos los cabellos de punta, sino permaneciendo en nuestros sueños y deseos, debe quedar iluminado por un intelecto poderoso. El de Kenia Cano va de pregunta en pregunta, confiando en las respuestas que ofrece la metáfora aguda, filosa y sensible, capaz de descender y ascender, abrirse paso cueste lo que cueste y ver de frente tanto el dolor individual y colectivo como la belleza, a lomo del caballo poético, cuya jaula exterior ya abierta hace del “estudio de estos cuerpos el sitio de resguardo”. He aquí su modo creativo, blanco.

Pura López Colomé

Anillo Mágico/Travertina Roja de Persia/96” LD/1970/ Isamu Noguchi

Anillo mágico o del amor lento
en Noguchi


Cada escultura es un milagroso azar:
su forma, su tamaño, su color.
Es el tiempo quien completa todo,
alinea el sol interno en el momento
en que la piedra se vuelve espejo.
¿En qué momento la roca de esta página me permitirá verte?
¿Con qué rigurosa quietud te mostrarás?
Estática como cuando palidecen nuestros movimientos
mentales.
Toda nuestra historia se condensa aquí o se diluye.
Incluso las veces que herimos con la mirada.
Es preciso nombrar el espesor de forma ligera:
nuestro ser opaco y reflejante,
la piedra también muta con lentitud.

Tu cuerpo adherido a la roca de los diecisiete.
Tendida como un reptil con el único propósito de recibir el sol.
Travertina roja de Persia.
¿Qué tuvo que pasar en ti para que te deslices sobre esta
nueva tierra?
¿Cómo logras traer contigo el canto de los primeros hombres?
Shamhat sobre una piedra desnuda.
Los ojos de Enkidú la devoran.
Siete serpientes que esta vez sí la salvan.
Escuchamos el poema tantas veces en casa.
Esperábamos el momento de la resurrección.
¿Qué debíamos restaurar? ¿Ensamblar qué?
¿Cuántas veces los animales que fuimos
reptaban por la casa para recuperar el amor?
La inocencia aún no se ganaba con el cuerpo,
nos devolvían una y otra vez a la civilización.
Era preciso, entonces, aliarnos a palabras
que juntas levantan templos.
Envíame una roca de Persia, hoy gozo de salud.
Me gustan las colas anilladas de las serpientes.
Las que lleva la diosa en ambas manos.
Un ave trajo un mensaje desde Uruk:
Debes permanecer aquí como una roca.
Ella con su divino atuendo se manifestará.
Los rayos en su vestimenta te deslumbrarán,
las grecas brillantes de su entendimiento.
Prepara tu lectura.
No lamentes el peso de tu cuerpo.

Anillo Mágico/Travertina Roja de Persia/96” LD/1970/Isamu Noguchi

Emanaciones de la cera de Laib
o del amor que no tiene sitio


I
Tiembla la leche en el vaso,
vibran las alas de la abeja,
en algún lugar puede abrirse una ventana oscura.
En todo sitio la alta vibración amarilla puede ser un refugio.

Nowhere/ Everywhere/1998/Cera de abeja y madera/ Dos ziggurats/Wolfang Laib.

II
Nombrar aquello que rodea el templo, la escalada:
Todo sitio y ninguno.
Abejas alrededor del panal, células sanas transfigurando
los tumores.
El vuelo principiante de la salud,
cavidades que no albergan el miedo.
El aire desplazado por los pies de los novios en la playa,
el espacio entre las grietas del collado.
Nowhere, everywhere.
Era el temblor de su gozo.
Ningún jardín prisionero en la garganta.
En todas partes algún propósito, ganas de desenredar,
cubrir tu casa con un hilo amarillo,
rodear el corazón del Amado.
Yo escuché su latido.

III
En todos lados ellos tienen propósito. ¿Y la pérdida?
¿Aquella labor voluntaria de las larvas?
Rodeamos un templo al cual subiremos,
pero aún es temprano.
Ningún sitio para ocultarse.
No hay lugar a dónde correr, aquellos escondrijos…
Puedes sí, quedarte entre el aroma de la cera.
El cielo en ninguna parte se divide.

IV
Si lo sagrado es inexacto,
¿puede caber en algún sitio?
Por todos lados se distiende.

V
Mi cuerpo es una lámina vibratoria y delgada.
¿Cómo pasa tu llanto por aquí? ¿O el de tu padre?
Cortaste zarzamoras cuando te anunciaron que él
había muerto.
Las espinas de la mata no hirieron tus dedos.
¿Y su voz?
¿Por qué este movimiento imparable?

VI
En el silencio de esta sala observo.
Aun lo ausente ocupa aquí su lugar.
Con placer recorrimos
aquel circuito con cimas y pendientes.
Repetimos el mismo camino una y otra vez.
Conocíamos la llegada a cada montículo.
Era fácil pronosticar, ver a la deriva.
Nos aventurábamos sin caer demasiado.
En círculos mi hermana y yo,
nunca alrededor de la muerte.
Nunca era una palabra sin sentido para nosotras.
Sobre ruedas o a pie, nos perseguimos.
Una ronda segura, las esquinas siempre lejos de esa vuelta.
No importaba que las cosas se salieran de control.

Si él lloraba, nosotras no frenábamos el juego.
Si dudaba, no perdíamos el cielo.
Si derretía una vez más sus alas,
nosotras seguíamos ahí.
Perseguimos lo inexacto sin saberlo.

VII
Dejaré mi cuerpo
con sagrada exactitud.
Él ha escuchado el ritmo de mis latidos.

VIII
No perseguía nada al abrir aquellos ojos de las vacas.
Les mostraba, con cuidadoso amor, el cristalino.
Mi imagen y la suya invertida.
Todos los sitios estaban ahí.
En esa pieza translúcida podía ver el mundo
con todos los ningún lado entre mis dedos.
A través de esa canica, en el ojo resplandeciente de la res,
podía imaginar:
nuestra casa entre los plátanos,
la lluvia rodeándonos,
ninguna ruptura, nada que reparar.
A través de ese cristal sagrado jamás vi una ambulancia,
nunca la cara de los soldados,
sirenas ni enunciados incómodos.
Vi cosas más simples que sonaron para ambos:
el grito alto de un halcón,
el cerillo y el inicio de la flama.

IX
Cortaba aquel globo ocular para encontrar
la última noche.
El humor acuoso entonces con su olor pestilente
me mostró la muerte:
no más agua para beber,
ninguna imagen del cielo en el ojo.
En aquella humedad había que hallar el órgano,
obtenerlo como una perla sagrada.
Entonces comenzaba el misterio: ver a través.
Todo lugar en la pupila amada.

Parcela Blanca/ Bonobos Editores/2023 /112pp/México