Flor Molina: escultora de la memoria
Xochiquetzal Salazar
Flor Molina, sirena navegante de aguas de la memoria ancestral, hace emerger de las profundidades del inconsciente histórico seres míticos; con sus manos acaricia la tierra y con su potencia de mujer negra les insufla vida.
Sus creaciones oníricas son presencias matéricas que nos acercan a la negritud del territorio cimarrón de su infancia: San Nicolás, Cuajinicuilapa, Guerrero. La escultora susurra ecos de raigambre africana en la fusión animal/humano; palpitando en sus creaciones la noción cuijleña de tono, vínculo de un humano con un animal –Mujer Oruga-.
En cada pieza-ser, entremezcla, amalgama y lo múltiple se hace Una. Al mirarlas se produce una armónica tensión entre la pluriversidad y la unicidad del cosmos, que se condensa en su Mujer luna con iguana.
Estar en presencia de la obra de Flor Molina es atisbar lo sagrado, disolverse en el canto silente de sus sirenas; palimpsestos acuáticos de Mami wata[1]: viajeras fluviales que seguramente acompañaron a las personas tratadas que llegaron a nuestras tierras. Estas oceánicas guardianas esculpidas en barro, son símbolo de transformación y nos conectan a la sanación de la memoria, mostrándonos su potencia erótica que vivifica.
La artista moldea la historia líquida, la ennegrece, creando estos seres que habitarán temporalmente en los jardines del Museo Morelense de Arte Contemporáneo Juan Soriano, dejando su impronta en nuestra memoria colectiva.
[1] Panteón de deidades acuáticas africanas