LITERATURA. NARRATIVA. CUENTO
Alicia Leonor
Tom ¿estás seguro de que podemos entrar? Espera, espera, cuando entremos no corras, nos podemos caer y lastimar.
— Es divertido, corre —contesta el chiquillo riendo.
—Espera Tom, espera. ¿Le pediste permiso a tía Polly? No me gustaría que te diera una tunda y de paso quiera regañarme por seguir tus travesuras.
—Sí. Le dije a mis amigos que era divertido pintar la cerca; la tía me lo ordenó como castigo por no lavarme las manos antes de meterlas en el bote de la mermelada. Terminamos rápido de pintarla. Y la tía Polly me dejó salir a jugar.
La niña repara en mí, me ve escuchándola, y pregunta acomodándose los espejuelos:
—¿Quién eres tú? —Apenas iba a contestar cuando el chiquillo agregó.
—¿Y quién es usted? —pregunta al hombre de gran bigote, vestido de blanco, que se acerca lentamente hacia donde estamos.
—Aaah, ¿usted es el señor que dicen que escribe y vivió aquí en su niñez?
—Mira, Alibris, es el hombre del que han colgado su foto por todo el pueblo.
—Chamacos de porra, cállense y vayan a su casa. —dice el hombre, mientras los chiquillos ríen y corren para perderse dentro de la gruta. El hombre del bigote y yo nos les quedamos viendo, soltándonos a reír, mientras caminamos despacio para entrar a la caverna. Él se detiene a la entrada; mueve la cabeza para un lado y otro.
—Resulta que hoy tiene puerta, ¡habrase visto! ¡una caverna con puerta! —Me cede el paso y entramos. Avanzamos varios metros; hemos perdido de vista a los chiquillos.
—Vaya, vaya, también tiene lámparas. Cuando yo jugaba por aquí, eran grutas obscuras. Y cuénteme, señorita, ¿de dónde es usted? ¿Qué hace usted por Missouri?
—Soy mexicana, trabajo en una maquiladora en Matamoros, México; y cuando supe que la empresa llevaría líneas de trabajo, de Hannibal a Matamoros, no dudé en aceptar venir y conocer el lugar. Es que Hannibal me remontó a Las aventuras de… —me interrumpe una fuerte música country y al caminar un poco para ver de dónde provenía, observamos que había una taberna.
—¿Cómo es posible, puerta en la entrada, lámparas y una taberna que toca country? Mínimo debería tocar jazz. —Dice el hombre fingiéndose molesto.
—¡Auxilio, auxilio! —Entra una mujer gritando. Pensé en aquel par de chiquillos que andaban corriendo solos por ahí, y que ya no vi más, ¿podrían haber caído al fondo de la caverna? ¿Por qué los gritos?
—Rápido, que llamen al 911, debemos rescatarlos.
Cuando llegaron los del 911 no sabían cómo llamar a los pequeños, solo atinaban a gritar ¡Niñoooooos! ¿Dónde están? Y buscaban por diferentes lugares. Nada. Habían ya pasado dos horas cuando se escuchó un distinto grito desde algún lugar de la caverna. Apresuramos el paso y vimos a un hombre jalando la oreja del chiquillo llamado Tom y de su amiguita de espejuelos.
—Largo de mi negocio, como los sorprenda queriendo robar el queso nuevamente, los ahogaré en el Mississippi.
—Alto ¿qué pasa? —pregunta el hombre de bigote.
—Estos pequeños ladrones; ¡se están comiendo el queso de mi taberna!
—Sírvales una charola de queso y un agua de frutas. —Ordena el hombre.
—¿No los ve usted? No tienen con qué pagar. ¡Son unos ladronzuelos!
—Yo la pagaré, y traiga otra para nosotros y dos copas de vino. Aparte que invaden un espacio para poner sus negocios, todavía se atreven a llamar ladrones a unos niños. —Vocifera el hombre, mientras camina hacia una mesa, jala una silla y me invita a sentar.
—Ustedes siéntense por allá, donde no escuche su alegato. —les dice a los niños. Él, también se sienta
—No deje de visitar todas las atracciones históricas que existen en Hannibal. Yo viajé tanto por este río en mi juventud, amo viajar y amo los barcos. Sabe usted, señorita, disfruté tanto jugar en estas cavernas obscuras con mis amigos, caminar a la orilla del Mississippi. Suba al faro, de ahí lo va a admirar más. —de pronto una mujer entra llamando:
—Toooom, condenado chamaco; mira nada más, ¿qué haces aquí? —El pequeño corre a esconderse.
—¡¡Tía Polly!!
Un grupo de personas llega y al mirar a Tom y a Alibris señalan que son los chiquillos que andaban buscando. Los rescatistas le explican a la tía Polly que llevan horas tratando de encontrarlos.
—No estaban desaparecidos ¡se estaban robando los quesos de mi cocina!
Tom agarra de la mano a la pequeña de espejuelos y corren lejos del enojo de tía Polly.
—¡Ya verás cuando te agarre!
Comí un último bocado del delicioso queso añejado, bebí el último trago de la copa y me despedí.
—Qué descortesía, no me presenté con usted, soy la Licenciada Álvarez. ¿Y usted? Con este alboroto no escuché su nombre.
—No se lo dije. Soy Mark, Mark Twain.
Fue lo último que escuché. Una fuerte sacudida movió el avión y me hizo replegarme al asiento; sentí el estómago subiendo a mi garganta y escuché por el altavoz.
—Abróchense los cinturones, vamos a aterrizar. Estamos llegando al aeropuerto Internacional Lambert en Sait Louis Missouri.
Bajo del avión todavía desorientada. Mis compañeros y yo pasamos a recoger nuestro equipaje, mientras la banda da vueltas, cada uno espera su maleta. Llega el chofer que nos ha asignado la empresa para transportarnos.
—¿Nos vamos? Todavía tenemos que recorrer dos horas para llegar a Hannibal.
Mis compañeros no entendían por qué había aceptado el viaje, si le tengo tanta fobia a los aviones. Yo sí que lo sabía.