Ricardo María Garibay es un fotógrafo obsesivo, talentoso, concentrado en esa zona del erotismo donde los cuerpos femeninos se dirigen del deseo a la perfección que las sombras entregan y develan. Una figura femenina como un boceto lánguido. La idea poética es admirable como son también magníficas las ideas visuales sobre los cuerpos “abocetados” y radiantes de fotógrafos como Alfredo Stieglitz, Man Ray y Edward Weston, capaz este último de idealizar como ícono de la escultura helénica las nalgas de una mujer. Garibay se ha educado en las atmosferas en algún nivel complementarias de la literatura y de las artes visuales, y de ahí que al revisarse su serie de desnudos el lector de imágenes (yo en este caso) recurra simultáneamente a versos y al acervo de imágenes dispares, los aportes de la memoria asociativa (“Tu vientre, como montón de trigo, cercado de lirios”). Las fotos de Garibay son, porque así deben ser, expresiones de la lírica (“te pareces al mundo en tu actitud de entrega”) y de las obsesiones de la cámara. De ahí los ecos del extraordinario fotógrafo alemán Bill Brandt, de momentos de Manuel Álvarez Bravo, de certidumbre en la oscuridad de Gabriel Figueroa o Gregg Toland (el camarógrafo de Citizen Kane). No hablo de influencias, sino de ecos, de correspondencias que surgen de la espontaneidad de la mirada sobre los cuerpos, lo que subraya don Manuel al captar la imagen suntuosa de María Asúnsolo como un vestido en lontananza o a Lola Álvarez Bravo como un fantasma del tendedero, de modo más contundente aún, cuando despliega a la bellísima y muy erótica mujer indígena, ataviada apenas con solo unos vendajes en La buena fama durmiendo.
El arte de la fotografía consiste, ya lo sabemos, en el encuentro, el hallazgo, la obtención intuitiva de la imagen que nada más transcurre en este instante. Pese a la vastedad de sus correspondencias con la poesía, Garibay se atiene al lenguaje profesional de la cámara, y en su obra, tan solicitada por otras artes como se quiera, él es al fin y al cabo autónomo, voraz, a la espera de ese segundo incandescente en que la imagen nos reconcilia con el universo. Al respecto, la última palabra también la tiene Bonifaz: “Desde antes de nacer, estabas hecha / para ser contemplada”.
CARLOS MONSIVÁIS. 2010