Había más locuras y flores peligrosas

Literatura. Poesía

ANTONIO MESSTRE

¡SALVE, OH Avgvstvs, los que van a escribir te saludan!

o Magdalena delicada en su locura

Desde que salió del tocador

y se dejó ver en el desnudo de su daimon

dijo que las palabras destruyen,

y que en la biblia hay mundos retorcidos

comenzando por los malos poemas

y la vida desenfrenada de Salomón,

las aguas locas en las bodas de Canáa,

y el buen sabor de la Samaritana.

Después dejó la virtud de la lucidez

y hundió el alma en la realidad:

criticó su brassier que le asfixiaba,

la ineficacia del manojo de flores en las redes sociales,

y la levedad en el corazón

cuando uno percibe el tiempo en un bourgogne.

Todo es cons-pi-ra-ción, dijo,

alzó el rostro y ofreció sus labios a la metafísica de las estrellas,

al rumor de sus cabellos que se entrelazaban,

al vaho novelesco de ser amada por un vampiro

en Londres después de medianoche,

al punto ciego del mariscal de campo.

LA NOCHE BESA LO EFÍMERO QUE SE FUGA

La noche regresa como un ruido que escapa detrás de la luz.

La lluvia habla de los árboles con los idiomas resbaladizos de los momentos                         

  en que los frutos regresan de sus sabores,

de sus humedades, de sus luminosas horas de risas,

de las consideraciones para los días de cada sombra.

La noche regresa desde el árbol hambriento de luminosidad de los cabellos,

de los himnos a la frescura de los sueños,

y se avienta a la corriente de los ríos detrás de los pájaros.

Así es el beso de lo efímero, se fuga, se elogia a sí mismo

entre los frutos que son árboles, lenguajes del Hades,

pájaros entre el calor que evapora las sombras que vuelven a nosotros,

y abre manzanas que son mangos enredados en pasiones dulzonas

en ciudades de corazones y nubes,

y en fragmentos amados o terribles.

Había más locura y más flores peligrosas

A Gabriela Martínez López,

con toda la tibieza dionisiaca de mi abrazo

Las nubes descienden como estrellas y nos abrazan,

nos dejan sin abecedarios sentimentales,

la vanidad tiene un lugar secreto en nosotros y es esa aura salvaje con que nos dedicamos a                      

desear dioses,

a buscar ser dioses, a desmantelar el infinito atrás o adelante del tiempo.

Envidiamos o amamos. Galopamos sobre polvo que regresa intacto a nuestras                                          

ansias, la vanidad salvaje que huye de perfumes,

o que a veces nada en perfumes.

El mundo es un jardín perfumado por el talento para la envidia,

la viscosidad de lo oscuro en cada mirada luminosa que nos anuda un reclamo

                   de ver el tiempo ir y llegar,

vanidad salvaje no querernos todos en la misma incertidumbre,

¿a qué venimos si no a tocar la vastedad de sensaciones?

Pero salvaje es el deseo de ser exclusivos para la luna,

inéditos para las estrellas, encantadores para las nubes que no saben nada de nosotros

                   y se dilatan en sus preguntas a la velocidad del azul.

Lo salvaje es divino por inercia, bebe corazones y almas,

la desdicha se acuesta con todos como un general que ha olvidado sus estrellas.

Vanidad salvaje circula en las nubes anudadas, en la codicia de dioses de las almas                        

cotidianas

porque el último código civil en el corazón y la mente es la divinidad.

*

Las nubes regresan a ellas mismas,

vuelven natilla la luz diluida en ellas,

y en nosotros no hay más poder que la voluntad de volver a lo que no somos todavía,

a las decisiones que acabarán con uno y que se volverán saludables guerras civiles en la mente                 

para poner a prueba nuestra voluntad.

La tibieza de una idea en la voluntad de sentir a la esposa en la levedad de. A cinco mil pies                                  sobre el nivel del.

Chicas y chicos del coro, ¡ah, la voluntad!

Y el coro griego, bien gracias, borrado de todo lugar donde haya un ausente, un distante,

                   un férreo voluntario de la vanidad salvaje.

Nada es separación, el tiempo es otra natilla en las nubes,

allí deberíamos vivir, la vastedad del vacío que es el tiempo sin perfume ni                                                             vanidades glamourosas o salvajes,

el coro griego bien gracias, la conciencia desbaratada, la nube de lucidez que quedaba en                                      los libros se vuelve luz en las nubes

lejos de la mezquindad que es soñar el pensamiento y forzarlo a ser bastardo,

pero ¡ah, la voluntad, la voluntad, la voluntad de pasarse un alto o una estrella, de perder                                       consideraciones, cielos, purezas, sombras! Perdedores sin saberlo arrullan los                                      idiomas intrusos, y locuras no hay, perdiciones fértiles no hay, dramas amorosos                                            que desafíen la gravedad no hay,

¿dónde quedan los frutos que nos mordían con precisión

para volvernos natilla de luz y nubes?

¡Envuelve tu voluntad! Déjala que ascienda salvaje cada mañana,

que visite las esencias de la perdición

y después al silencio al silencio al silencio,

ese coro jugoso para las fiebres de todos los años.

¡Envuelve tu voluntad y llévatela,

allá descienden nubes como estrellas,

 no hay perdidos sino perdiciones, con eso basta para la sabiduría!

Y si fuéramos como somos dioses perdidos,

si nos sintiéramos como nos sentimos, dioses perdidos,

si erráramos como erramos en dioses perdidos,

y si nos abandonáramos como la noche nos abandona por una buena voluntad que aún danza

                   como una call girl en L. A., en Saint Germain-des-près o en las orillas del Arno,

nos diríamos susurrando: dioses, no despierten.

2023

Imagen A. I. Ilaciones 2023