LAS MEDUSAS DE CRISTAL
Y me fui por los jardines errantes de medusas.
Y por los castillos solares de la lengua.
Donde el idioma penetra
la geografía subterránea,
de comarcas plurales
y universos tempranos.
El mar infinito emigró a mis manos
y matices diversos me crecieron de las pestañas,
como los corales mestizos, plurilingües.
Que me dieron la vida,
compactados peculiarmente
en mi lengua española.
LOS CONDENADOS A LA TIERRA
Los condenados a la tierra
viven en la montaña.
En las ínsulas tras los mares perdidos,
en los bordes infinitos
de este mar más hondo y más amargo.
Les duele la tierra como una pulsión.
Son el sur más lejano,
el verano más extenso.
Siempre en periferia del otro.
Metáfora dolorosa del nuevo mundo,
Una herida diásporada
entre penínsulas y océanos.
HACIA EL MAR DE LOS SARGAZOS
-La penumbra se derrama
hacia el mar de los sargazos
y el agua en su invisible epidermis
ondula la sensual vigilia
de las algas verdi-azules
en total abandono-.
Un beso antiguo sencillamente,
sobre el énfasis sombrío de primaveras tornasoles.
Paraíso imaginario para el hombre que, en su discurso,
navega drásticamente sobre la quimera antillana
y esculpe con las manos la ambición de Sísifo,
con la fuerza extraordinaria de su noche
y de su alma.
De la noche y de su alma como dos islas contiguas,
en el mar y la ribera como metáforas hermanas.
MAR AMURALLADO
Si pudiese caminar entre los siglos,
visitaría las impresionantes murallas
que fortificaron el caribe.
Hechas como si quisiesen retener al mar
o la tormenta.
Iría a caminar por las calles de Nueva Orleans
y Payo Obispo, para después perderme en los montes vírgenes
camino a los campos de los chicleros.
De aquellas grandes edificaciones
que erigieron los pueblos:
Polvorines y baluartes;
Navíos y fronteras.
Solo quedan los cañones oxidándose frente al mar
y los puertos salados en frío abandono.
Castillos insulares devorados por el oleaje y la maleza,
son la metáfora tangible de nuestro tiempo.